Venezuela: del liderazgo carismático a la comunidad organizada

El pueblo venezolano va marcando rumbos en el proceso que se da en Latinoamérica, que está transformando la perspectiva del neoliberalismo de los ‘90. Por Jorge Derra.

lunes 05 febrero, 2024

Cuando en Argentina se producen los sucesos de 2001, se los llama “El Argentinazo”, en referencia a un hecho acontecido en febrero de 1989, llamado “El Caracazo”, de características muy similares. Esta insurrección popular, junto con la aparición de los zapatistas en México, marcan el inicio de la decadencia, del consenso de Washington como propuesta de pensamiento único y de la teoría del fin de la historia de Fukuyama.

Cuando en 2003 Néstor Kirchner llega al poder, el comandante Hugo Chávez llevaba ya casi 5 años de lucha en el gobierno de Venezuela, incluyendo un golpe de Estado del que logró salir airoso en abril de 2002.

En más o en menos, los procesos son similares en todo el continente, más avanzados o más atrasados. Pero saliendo de situaciones similares y eligiendo un mismo destino, los caminos no pueden ser muy diferentes. La imprevista muerte de Chávez pone otra vez a Venezuela a marcar el camino.

En primer término, es curioso que desde Argentina se mencione el modelo venezolano como un ejemplo que asusta: la chavización del país es un cuco que se menciona desde la oposición como un disciplinador social a quienes apoyan al gobierno nacional. Es raro que se mencione el parecido del proyecto de gobierno con lo propuesto por Chávez y no se mencione el parecido de esta oposición vernácula con la radicalizada oposición venezolana, tanto en su conformación política y económica como en sus metodologías.

En este escenario Venezuela afrontó las elecciones nacionales para elegir al sucesor de Chávez, que en octubre de 2012 había conseguido el 54% de los votos aventajando a Enrique Capriles por 10 puntos.

Este debe ser el punto verdaderamente medular del análisis. En principio, ¿quién es Enrique Capriles? Es un empresario muy poderoso, gobernador del estado de Miranda, que en el golpe de Estado de 2002 tuvo una participación central y muy activa: fue el líder de un grupo armado que entró a la Embajada de Cuba en Venezuela a buscar a los funcionarios del gobierno democrático que allí se habían refugiado. Es decir, un golpista de derecha, que no dudó en armarse para ser parte de una conspiración que le costó la vida a gran cantidad de venezolanos.

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En este contexto, las elecciones del domingo 14 de abril dejaron un resultado que asombró por lo estrecho del margen. Resulta aventurado desde la distancia predecir por qué la diferencia con lo sucedido hace meses, pero algunos datos se pueden rescatar simplemente de ver las cifras.

Lo primero por ver es que, en realidad, la diferencia de votos obtenidos por Nicolás Maduro no es tan grande, son apenas un 3% menos de votos que Chávez, destacándose el aumento de votantes del candidato opositor. Esto se puede deber a la ausencia de Chávez actuó como aliciente para que muchos opositores e presentaran a votar y algunos chavistas no lo hicieran.

Pero, más allá de los números, lo que queda por rescatar es la actitud posterior de la oposición, que salió a la calle generando graves disturbios que terminaron costándole la vida a 10 chavistas. Otra vez aquí es donde la semejanza entre la oposición venezolana y la argentina que se expresa en los términos de las marchas como las del 8N o el 14A comienza a preocupar, no por lo que puedan representar como alternativa democrática sino justamente todo lo contrario.

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Sin embargo, este escenario agitado ha puesto otra vez al pueblo venezolano a marcar caminos en los procesos de la definitiva liberación Latinoamericana. Estas elecciones ganadas y sostenidas desde la presencia, cauta pero contundente, de las masas populares en vigilia, marcan un punto crítico del proceso en desarrollo, es aquel punto donde el pueblo por una cuestión infausta pierde la mano del liderazgo fuertemente personalista que lo guía y sale a andar solo el camino trazado, es ese niño titubeante que por primera vez suelta la mano de su madre y da ese primer paso temeroso lleno de dudas pero convencido de que a partir de allí no ha de detenerse nunca más.

Este paso gigantesco dado por el pueblo de Venezuela es el paso al que se aproximan muchos pueblos latinoamericanos, fundamentalmente Argentina. Debemos saber que la experiencia venezolana del 14 de abril marca el camino a recorrer de acá a 2015, cuando debamos enfrentar las elecciones presidenciales.

Tomar conciencia de la enorme trascendencia de este momento histórico es nuestra primera obligación. Es un dato en la memoria colectiva, que debemos agradecer a los hermanos venezolanos.
Ha llegado el momento en América Latina en que los pueblos debemos saber que los procesos de profundo cambio, político, social y económico, que hoy se desarrollan, deben prepararse para sobrevivir a sus liderazgos y seguir aupados en la perseverante voluntad popular de no volver atrás.

La organización popular, como continuación del liderazgo carismático, es la construcción que nos debemos, algo que el general Perón expresaba claramente con el concepto de la comunidad organizada, etapa de su proyecto político que extrañamente nunca encaró.

Por Jorge Derra
jorgederra@yahoo.com.ar