Un análisis del crítico cuadro de situación en Escobar y otros municipios de la zona, a 44 años de la Convención sobre los Humedales celebrada en Ramsar. Por Matías Pandolfi.
El 2 de febrero de 1971 se firmó la Convención sobre los Humedales en la ciudad de Ramsar, perteneciente a la República Islámica de Irán.
Hoy se cumplen 44 años desde que los países que adhirieron a esta Convención se expidieron acerca de la importancia de los bienes y servicios que nos brindan los humedales, como sistemas ecológicos complejos e interrelacionados, que actúan como reguladores del ciclo del agua y los nutrientes, en el control de inundaciones y sequías, en la provisión de agua, como refugio de la vida silvestre y en la regulación del clima.
Siguiendo la definición que en 1991 establecieron Finlayson y Moser en su libro Wetlands, los humedales son sistemas intermedios entre ambientes permanentemente inundados y ambientes normalmente secos. Muestran una enorme diversidad de acuerdo con su origen, localización geográfica, su régimen acuático y químico, vegetación dominante y características del suelo o sedimentos.
Durante mucho tiempo se consideró a los humedales como tierras marginales que debían ser drenadas o recuperadas, ya que no servían para la agricultura, como si este fuese el único valor que puede tener un ecosistema.
En la Argentina tenemos distintos tipos de humedales: las lagunas salinas de la Puna, los esteros y bañados de la Región Chaqueña, las lagunas de la Pampa Húmeda, las costas de agua dulce y salobre del Río de la Plata, la costa marina desde las playas de arena de la provincia de Buenos Aires hasta los acantilados y playas de canto rodado de la Patagonia, las turberas de Tierra del Fuego y la llanura aluvial del Río Paraná, incluyendo su Delta.
Los humedales bonaerenses no son sólo ecosistemas a preservar por su flora y fauna sino que son fundamentales para contener las aguas cuando hay inundaciones evitando que estas se propaguen a la región de La Plata, el Conurbano Bonaerense y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Funcionan como esponjas que contienen el agua excedente. Si se reemplaza un humedal por una construcción de cemento, el agua rebalsa y sobrevienen peligrosas inundaciones en las zonas aledañas y también más allá.
La geógrafa Patricia Pintos, coautora del libro “La privatopía sacrílega. Efectos del urbanismo privado en la cuenca baja del río Luján”, ha manifestado claramente que hay una sucesión de mega-emprendimientos inmobiliarios con una incidencia clara en los cambios de los patrones de escurrimiento del Río Luján y, por lo tanto, sería uno de los elementos más fuertes en la explicación de las inundaciones de los últimos años.
La biodiversidad de los humedales del Delta del Paraná no había sido afectada significativamente hasta los años setenta. A fines de los noventa -y con mucho mayor velocidad en este siglo-, muchas urbanizaciones comenzaron a emplazarse sobre estos humedales de la cuenca baja del Río Luján. Se trata de construcciones como Nordelta y se las conoce como “megaurbanizaciones cerradas polderizadas.”
Quienes se encargan de la venta de estas propiedades utilizan lemas marketineros acerca del vivir en contacto con la naturaleza que distan mucho de la realidad, ya que lo que se crea es una naturaleza artificial a expensas de destruir la verdadera naturaleza y su historia. En la provincia de Buenos Aires esto ha ocurrido principalmente en los partidos de Tigre, Pilar, Escobar y Campana donde estas construcciones les han quitado a los bonaerenses varios kilómetros de costa que eran espacio público, el espacio democrático por excelencia.
Como menciona Gabriela Massuh en su libro “El robo de Buenos Aires”, los cuerpos de agua que contienen estos barrios cerrados en forma de lagos o lagunas – y que se utilizan principalmente para deportes náuticos- son construidos realizando rellenos y excavaciones que transforman el terreno natural. Hay que echarles litros de productos químicos para mantener su “limpieza” y su color azul intenso con la contaminación que esto provoca en el suelo y en el agua.
Por otra parte, si bien la biodiversidad florística del Delta del Paraná consigna 643 especies de plantas, de las cuales 77 son especies exclusivas de la región, como aporte a esta naturaleza artificial la vegetación que se elige para parquizar estas áreas nada tiene que ver con la vegetación autóctona o la historia natural del territorio. Se escogen especies exóticas como abedules, plátanos y robles europeos que pueden volverse invasoras, generar alergias en la población o pueden requerir del uso de agroquímicos para su crecimiento.
Este recambio de flora autóctona por flora exótica borra de un plumazo la historia natural de ese ambiente, despojándolo de su pasado. Es por eso que estos grandes “barrios ecológicos” son iguales en su aspecto en cualquier lugar del mundo que se emplacen.
El lugar que utilizan como modelo los que llevan adelante esta construcción sobre humedales es la Península de Florida, donde se construyen viviendas asociadas a las zonas de manglares. Sería deseable no sólo imitar la arquitectura sino también la severa regulación que se lleva allí adelante por la importancia ecológica y económica de los manglares.
Las grandes inundaciones de estos últimos años en la provincia de Buenos Aires no se pueden explicar livianamente aludiendo al cambio climático como si fuese una entelequia y como si no hubiera además responsabilidades políticas y empresariales en las catástrofes de ese tipo. Seguramente habrá otras consecuencias ambientales imprevisibles a causa de estas urbanizaciones emplazadas en humedales que no dejaron de avanzar en los últimos años con el aval de la clase política.
En un año electoral como el que estamos transitando, sería deseable que los diferentes candidatos expresen a la ciudadanía cuáles han sido y cuáles serán sus políticas ambientales. Es necesaria también la participación en el debate público de los especialistas en diversas disciplinas, que estudian desde hace años estos ecosistemas, y cuya palabra y saberes serán de gran utilidad para una planificación a futuro integrando la naturaleza al desarrollo sin devastarla.
Defender estos ambientes de la especulación inmobiliaria no es atentar contra el desarrollo ni contra la propiedad privada. Se trata de defender un patrimonio de todos los bonaerenses de los depredadores de la construcción.
Si bien este último tiempo se ha avanzado mucho en el estudio de los humedales por parte de los científicos, la gestión y la legislación cómplice de la construcción desaforada dejan un saldo negativo que permite afirmar, lamentablemente, que estamos frente a una década perdida para los humedales bonaerenses.
Por Matías Pandolfi
Doctor en Ciencias Biológicas
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