Tras permanecer tres horas en la sala fue llevado a una ambulancia. Controversias sobre su estado de salud.
Dicen que cierra los ojos porque no quiere verlos. Pese a eso, los hijos de las víctimas del ex policía Luis Abelardo Patti volvieron a sentarse en las primeras filas de esa rara sala de audiencias, montada en un descampado de José León Suárez, dentro del auditorio municipal Hugo del Carril. Alguien había colocado muy temprano sobre las sillas de las tres larguísimas primeras filas imágenes de los desaparecidos y secuestrados en Campo de Mayo. Así, en el comienzo de la segunda audiencia del juicio oral contra el ex subcomisario, en esas primeras filas, en la primera silla quedó parada la foto de Diego Muñiz Barreto con su barba, al lado de la de su secretario Juan José Fernández y enseguida la de Gastón Gonçalves.
-¿Nadie se va a sentar en esas sillas? –preguntó esta cronista a una vieja integrante de los organismos de derechos humanos que dedicadamente iba enderezando las fotos. “No”, explicó la mujer. “Ellos las están ocupando.”
Como sucedió el lunes en la primera audiencia, al comienzo ocuparon sus asientos en el espacio destinado a los acusados Santiago Omar Riveros, Reynaldo Bignone, jefe y subjefe en 1977 del Comando de Institutos Militares con asiento en Campo de Mayo y el ex comisario de Escobar Fernando Meneghini. Patti entró después, montado con los ojos cerrados sobre un camastro. Permaneció durante tres horas con el cuerpo congelado, como si buscara la forma de no estar. Once peritos lo revisaron, aseguraba temprano uno de los hermanos Muñiz Barreto. Unos de parte de los defensores, otros por las querellas y además lo revisaron los peritos del Tribunal. Todos dijeron lo mismo: que pese a aquella nueva representación de patetismo estaba completamente en condiciones de permanecer en la sala.
En la audiencia de ayer, la secretaria del Tribunal Oral Federal 1 de San Martín terminó de leer las requisitorias de elevación a juicio de los organismos de derechos humanos. Luego pasó revista a la elevación a juicio en la que el juez de la primera instancia Juan Manuel Yalj dedicó un largo apartado a las “groseras” estrategias con las que el ex camarista Alfredo Bisordi, abogado de Patti, planteó, replanteó y volvió a presentar todo tipo recursos con “la única intensión de demorar el proceso de instrucción”.
El juicio contra Patti forma parte de la megacausa de Campo de Mayo, con más de 400 casos. Tres de esos expedientes se desprendieron para dar inicio al debate. Son los casos de Gastón Gonçalves, secuestrado el 24 de marzo de 1976 y cuyo cuerpo apareció carbonizado y con un disparo de arma de fuego en el cráneo el 2 de abril de ese año. También Diego Muñiz Barreto y su secretario Juan José Fernández, secuestrados en una carnicería cercana a la comisaría de Escobar el 16 de febrero de 1977 y arrojados al río Paraná después de inyectarlos para adormecerlos adentro de un auto. Y los casos de Carlos Daniel Souto y Guillermo David y Luis Rodolfo D’Amico, secuestrados el 10 de agosto de 1976, todos desaparecidos. Además, los secuestros de los padres de los D’Amico y de Osvaldo Tomás Ariosti del 3 de abril de 1976.
Durante la lectura de la acusación se escucharon los detalles de cada una de esas causas y el cúmulo de pruebas que las sostienen. Bisordi no estuvo en la sala y la defensa de Patti la llevó adelante su socio Silvio Ramón Duarte. Enseguida se escucharon los reproches de Yalj sobre la actuación de Bisordi en la causa, un dato importante porque los querellantes temen que parte de esa conducta vuelva a repetirse durante el juicio.
“La conclusión a la que cabe llegar a raíz de todos y cada uno de los escritos que el doctor Bisordi interpuso –decía el escrito– no obedecen a otro fin que demorar el curso de las presentes actuaciones.” En la última parte del proceso, el ex camarista interpuso siete escritos por supuesta inacción de las querellas, con excepción de la Secretaría de Derechos Humanos de Nación. Pero no porque se haya olvidado –agregó el escrito–, sino porque ya la había cuestionado. Luego sumó otros seis escritos para pedir la nulidad de los requerimientos de las querellas, se opuso al requerimiento fiscal de elevación a juicio, pidió el sobreseimiento de Patti y expresó nuevamente en un escrito 49 medidas que a su criterio faltaron llevarse a cabo. Yalj negó todo y consideró que la presentación de esos escritos por separado para que se formen tantos incidentes como escritos, era una estrategia para suspender la elevación a juicio hasta tanto Bisordi considere que todo adquiría firmeza, “previa interposición de infinidad de revocatorias, apelaciones, quejas, etc., todo lo cual desnaturaliza el sentido de la instrucción”. En ese tono, también rechazó las objeciones del abogado contra los organismos de derechos humanos “como consecuencia de su intento en demostrar que los mismos no tienen legitimidad para actuar en el carácter con el que lo vienen haciendo desde hace años”. Y le objetó los excesos de lenguaje, “una reiteración continua y excesiva que más allá de desmerecer a quien los expresa, sobre todo cuando no se trata de un bisoño letrado sino de una persona que ha hecho toda una carrera en el servicio de justicia, a los referidos excesos me imponen solicitarle en aras del decoro procesal que guarde en sus futuros escritos el lenguaje que su noble ejercicio de la defensa y el decoro del proceso aconsejan”.
Patti todavía estaba en la sala. A las 12.10, Duarte pidió permiso para llevarlo a la ambulancia presentada pomposamente como sala contigua al Tribunal. Lucila Larrandart, presidenta del Tribunal, aceptó. Un cuerpo de hombres del Servicio Penitenciario Federal pertrechados con chalecos antibalas y hasta algunos escudos lo sacaron en andas. En la sala se oyó algún rumor de protesta. Los lugares destinados a las huestes del ex subcomisario siguieron vacías como lo estaban el lunes porque sus hombres nunca llegaron.
Enseguida se pasó a la última parte de la audiencia, los planteos preliminares de nulidades y revocatorias de pruebas presentadas por la defensa, y durante las cuales se escuchó a Duarte vociferar con tonos exaltados. “¿Pero qué dice?”, preguntó una y otra vez Larrandart, que acababa de escuchar, como todos, las reprimendas del juzgado de instrucción a Bisordi. “¡No le entiendo!” “¡Por favor, por qué no es más claro!” ¿A dónde quiere llegar? ¿Esto no estaba ya planteado? ¿Porque no dice, entonces, qué guarda la reserva? ¿Pero va a pedir alguna medida?
Pero Duarte insistió. Pidió la nulidad de los requerimientos de las querellas, cuestionó el dictamen del fiscal y se despachó con pedidos de pruebas que las querellas y hasta el mismo tribunal luego consideraron improcedentes o tardíos. Entre otras cosas, quería el acta de cremación del cuerpo de Gonçalves o el certificado de muerte de Fernández, el compañero de Muñiz Barreto, sobreviviente del atentado, testigo ante la Conadep pero muerto efectivamente en 1985. Todo con palabras complicadas o con medias palabras, lo mismo que hizo poco más tarde. Esta vez, se sumó a un pedido del defensor de Bignone que quería la nulidad de la incorporación de la declaración de Juan Scarpati, secuestrado y fugado de Campo de Mayo, testigo clave de la causa y muerto hace dos años.
La resolución del planteo llevó más de una hora de tiempo. Luego de idas y de vueltas, Duarte llegó a argumentar invocando hasta a la Revolución Francesa y dijo que “los derechos humanos no nacieron con este juicio, sino que existen hace 200 años”. Nada prosperó finalmente. Para las defensas no tenían valor las ampliaciones del testimonio de Scarpati porque, dijeron, no habían sido comunicados. Como el testigo está muerto, buscaron desecharlo. Pero los fiscales aprovecharon la ocasión para abrir una puerta para más adelante. El equipo integrado por Marcelo García Berro, Javier de Luca y Juan Patricio Murray aseguró que iba a revisar el testimonio de Scarpati sorprendidos porque a la defensa de Patti le interesaba anular el testimonio. Scarpati no vinculó a Patti a Campo de Mayo, no lo situó en el centro clandestino, pese a que existen sospechas de que estuvo ahí. Y ahora eso puede abrir una puerta para investigarlo.
Larrandart, que está apurada con el juicio, abrió además las indagatorias. Le preguntó a Riveros si quería declarar. El condenado militar se negó y se dio lectura a sus declaraciones anteriores en las que dice que sólo detenían a los que estaban infragrantes por 48 horas, les daban la misma comida que a la tropa, que no tenía injerencia porque los detenidos pasaban a manos de inteligencia. El lunes tendrá la palabra Bignone, Meneghini y Patti, que a última hora volvió a la clínica Fleni de Escobar.
Por Alejandra Dandan
Imagen: Rafael Yohai
Publicado en Página 12
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