Pasado el bullicio de las cacerolas, un análisis sobre la manifestación anti K. Por Jorge Derra .
El tono con el que el kirchnerismo maneja el discurso y la acción de gobierno no deja de ser un rasgo típico de todos los gobiernos peronistas. Polémicos, ardorosos y hasta destemplados, lo fueron los de Perón, lo fue el de Menem y lo es y será el del kirchnerismo. Esa contingencia radica en el deseo cuasi oral de poseer el poder y ejercerlo, en esa discusión de lo medular antes que lo circunstancial, un rasgo distintivo del gobierno que produce en el conjunto de la sociedad odio y amor. La marcha del pasado jueves 13 ofreció cantidades llamativas del primero, corporizado en pancartas y cánticos que pretendían emular a la legendaria “viva el cáncer” con que se agraviaba a Evita.
Puestos a sacar una conclusión política de la marcha, es difícil encontrar algo que vaya más allá de lo de siempre: un sector de la sociedad que sale a expresarse cuando son atacados sus intereses. La cualidad de los perjuicios es lo que está en debate. El número de la protesta es un dato, que en democracia siempre debe refrendarse en las urnas. En ese sentido, por mal que les pese a las cacerolas, el gobierno sigue teniendo el aval del 54% de octubre pasado.
Lo filoso de las consignas de la protesta, convocando a la muerte de la Presidenta, la muestra vacía de contenido estratégico, sin capacidad de aglutinación política. Estos agravios son el reflejo del problema del sujeto opositor, la imposibilidad de converger en un proyecto único, de intereses sencillamente opuestos. ¿Qué más que el rechazo al gobierno nacional puede reunir al viejo partido radical con el PRO, o aquellos que reclaman por la seguridad y la justicia, con la figura que define la señora Pando, que reclama exactamente impunidad para los peores asesinos de la historia reciente?
¿Cómo se entiende la coincidencia mediática de la señora Patricia Bullrich, con emergentes del programa de Marcelo Tinelli? ¿Cómo se aúnan en una propuesta el reclamo del humilde vecino del Conurbano, aunque no fuera a la plaza, con la avidez de quien pretende seguir con la eterna práctica de desangrar el nivel de reservas del país, sacando divisas al exterior? ¿Cómo congenian los que reclaman por las restricciones a la importación de productos que pueden fabricarse en el país, con aquellos que reclaman por mejores salarios, inclusive por mejores trabajos, que se generarán solamente si se desarrolla la industria nacional?
Esa es la impronta que deja el tamiz de la marcha. Decirle “yegua” a la presidenta no necesita explicación, pedir a gritos que se permita fugar dólares o evadir impuestos es más complicado.
Misma consideración para cuestionar la liviandad con que afines al gobierno ven la expresión de las cacerolas. Es mentira que los que golpeaban y gritaban eran todos oligarcas de Catalinas o Las Cañitas o desclasados burgueses de Caballito o Barrio Norte. Con toda su problemática estética, la marcha contiene hacia adentro cuestiones importantes, que el gobierno no debería minimizar ni desconsiderar.
La seguridad es una cuestión transversal, que aflige a la sociedad toda. Si bien se necesita de una autoridad que el escriba no tiene para evaluar la situación relativa actual del tema y que la sensación apocalíptica que se impone es la de siempre, con objetivos diferentes, imponer la pena de muerte o de endurecer las leyes o debilitar al gobierno, no es menos cierto que un solo muerto por problemas de inseguridad es una tragedia y que es responsabilidad del gobierno, cosa que no muchas veces se percibe atendida.
La marcha contiene aspectos que por sí mismos desmienten algunas de las consignas de los manifestantes. La intolerancia, la falta de libertad de expresión, el agravio a la prensa, que se agitan constantemente, se diluyen con la amplísima cobertura mediática que tuvo el evento protestón.
El planteo de la reforma de la Constitución por parte de sectores del gobierno, así como el virulento rechazo de los manifestantes, muestran en el fondo la misma falencia, la imposibilidad de construir convivencia en torno al poder. La democracia es un sistema de gobierno donde oficialismo y oposición deben funcionar como un conjunto, si eso no se logra, se burla el espíritu de la democracia.
Es mentira que la Constitución intente asegurar la alternancia en el poder, como se expresó muy livianamente. Quien suscribe no está de acuerdo con la reelección permanente, ni cree que sea conveniente que Cristina encare la tarea de una reforma constitucional en tal sentido, pero sí es cierto que si queda salvada la posibilidad de la alternancia, no se ven cuestiones éticas ni políticas que hagan imposible la renovación mediante elecciones libres de todos los mandatos.
Concienzudo y preocupado final
No es cierto que el gobierno haga oído sordos a los reclamos de la calle. El sesgo derechoso por oposición de las manifestaciones encontraría muy amigables dos gestos del secretario de seguridad Sergio Berni, irrumpiendo en una manifestación de beneficiarios del plan Argentina Trabaja con camiones de Gendarmería, subiéndolos a los mismos y depositándolos nada menos que en Campo de Mayo, un procedimiento más que simbólico de judicialización y represión de la protesta de los sectores más vulnerables.
El mismo Berni, horas después, con resonantes declaraciones culpando por la inseguridad en Capital a los inmigrantes, elaborando una curiosa teoría de división internacional del delito, donde los paraguayos manejaban la marihuana, los peruanos la cocaína y los colombianos el robo de edificios, toda una contundencia en la represión de la pobreza y la xenofobia discursiva que ni el mismo Macri se hubiera atrevido a esbozar.
Por último, el periodista Horacio Verbistky denuncia en sendas notas de los dos últimos domingos en Página 12 un notable retroceso de la política de derechos humanos del gobierno nacional. Desde el Ministerio de Defensa en manos del santacruceño Arturo Puriccelli se avanza en la promoción de la intervención de las fuerzas armadas en problemas de seguridad interna, con capacitaciones al personal civil a cargo de tres norteamericanos referentes de la doctrina de seguridad nacional, que toman como modelo a aplicar la experiencia colombiana. Un resbalón con olor a pasado, que parece ser el primer logro del caldo de cultivo del “espontaneo” cacerolazo.
Si hay algo que preocupa más que la inseguridad, son los modelos que se proponen para terminar con ella, a los que el kirchnerismo pareció hasta ahora estar decidido a enfrentar. Berni y Puriccelli parecen no pensar lo mismo.
Por Jorge Derra
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