Crítica de un televidente enojado por la manipulación de la información. Por Cristián Trouvé.
Hace un rato terminé de ver la tele. Con su saco celeste, al señor Jorge Lanata le brillan los anteojos cuando desde su silla te habla con confianza, como si hablara de las cosas como son realmente y no como las vemos. Y habla rápido. Apela a las reacciones del televidente, como si verdaderamente se estableciese un diálogo.
A veces lo miré en la cabecera de la mesa del comedor y parecía que realmente estaba comiendo con nosotros. Y contándonos cuáles son los “chanchullos” del gobierno nacional.
El “boludo” hace que establezcamos cierta empatía. Es como conocer a alguien desde hace tanto tiempo y utilizar un registro informal por cercanía. Yo te escucho y me decís “boludo” y te sigo escuchando, así que el tuteo está implícito entre nosotros, Lanata y televidentes.
Es por esto que me permito llamarlo “gordo” al señor Jorge. Y aunque soy consciente de que la elección de un término del amplio vocabulario castellano implica una toma de posición ideológica, vinculada a un estereotipo social y segregador hacia los enfermos de obesidad, lo elijo igual. Espero no se enoje por decirle “gordo”, ya que él también me discrimina por sufrir una enfermedad que me inflama los testículos.
Más allá de los recursos de estilo, lo que te quiero decir, Jorge Lanata, es que mentís descaradamente. Porque mentiste en Venezuela, augurando que ganaba Capriles. Por suerte confirmé lo contrario viendo “67Rocho”, como te gusta decirle. Pero ese domingo te creí de tal manera que me hiciste desvelar y escuché la radio hasta la madrugada. Cuando me dormí ya estaba confirmada y reconfirmada la victoria de Chávez.
Después te la diste de James Bond en el aeropuerto (aunque yo me inclino a pensar en Torrente) y el resto de las patrañas no merecen el menor análisis.
Te sienta bien mentir, porque te veías mejor en pantalla los domingos siguientes. Parecía que tenías más luz: estabas rozagante cuando me embaucaste con Aerolíneas, argumentando con números pérdidas comerciales sin contextualizarlo con la historia del vaciamiento de Aerolíneas, engañando en cuál es el objetivo de una aerolínea de bandera, como orgullosamente volvió a ser Aerolíneas Argentinas.
Una semana antes te había dado otro changüí cuando pensé: “Bueno…¿qué esperar de Canal 13?” y “si uno mira el medio vaso vacío…” o “equivocar la caracterización política del gobierno en la coyuntura histórica”, son cuestiones que nos pueden llegar a pasar para dejarnos en offside. Y, de hecho, ocurren por demás en la política nacional.
Pensé que más no podías desbarrancar. Pero me equivoqué fulero. Venías cayendo de la mesósfera, más alto que Félix Baumgartner.
Porque lo que inventaste con D’Elía fue histórico. Te superaste a vos mismo, hasta te dieron un premio. Lo que hiciste quedará documentado en la bibliografía obligatoria para la materia Semiótica II en la carrera de Comunicaciones. Falseaste un testimonio. Porque si recortamos a cualquiera que hablando indique lo que dijo otro, sea racista u homofóbico, parecerá él mismo el autor de un discurso racista u homofóbico y que, para colmo de males, es justamente lo contrario al pensamiento del que enuncia.
Vos editaste a D’Elía como discriminador. Justo vos, que hace poco te preguntaste: “¿Para qué sirve una radio de los wichis?”.
Y lo sabés muy bien. No es lo mismo D’Elía denuncia que D’Elia enuncia. Y pusiste al aire un informe en el que protagonizaba un chiste discriminador hacia los hermanos bolivianos. Eso supera los peores momentos de Mauro Viale o la muerte en vivo del Malevo Ferreyra.
Esta crónica de la noche del domingo niega la posibilidad de error o confusión, ¿quién edita tu programa? ¿Goebbels? ¿”Miente, miente que algo quedará”?
Al otro día te disculpaste por la radio, argumentaste un “error” de edición, pero eso no alcanza, como golpear en público y pedir perdón en privado.
Recién te volví a ver con tu corbata roja. ¿Soy masoquista? No. Te miré para discutir tus falacias, pero la verdad que me cansé. Esta noche volviste al embuste. Presentaste junto a Nicolás Wiñazki recetas de doctores que administraban a sus pacientes el doble de la medicación necesaria. Luego hablaste de corrupción. Pero lo que estabas mostrando eran estafas al PAMI. Medicamentos que médicos en asociación con laboratorios o farmacias le facturaban al PAMI. Eso es una estafa al PAMI y en última instancia, una estafa al Estado.
También mostraste unas 30 ambulancias que necesitan reparación y presentaste casos particulares en donde la ambulancia llegó tarde, muy tarde. Esa información me resulta verosímil. Pusiste a la Presidenta hablando bien del PAMI. Y argumentaste negación de parte del gobierno. Pero te olvidaste de decir (en números que vos mismo mostraste) que el PAMI tiene el doble de ambulancias que en 2005.
Después te prestaste para una ¿sátira? sobre la Presidenta y Aníbal Fernández que daba vergüenza ajena. Y te burlaste de la Ley de Medios. Hace mucho tuviste un programa que se llamaba Día D. La ley se va a aplicar el 7D, aunque no te guste. No te hagas problema que vos vas a seguir al aire.
Algunos, en las redes sociales, te apodaron “Jorge La Rata”, pero no estoy de acuerdo con esa infamia. Porque “La Rata” fue el mote que llevó un ex presidente innombrable. Y cada uno merece un sobrenombre que dé cuenta de su historia en este mundo. Te faltan muchas canalladas, muchísimas, para llegarle aunque sea hasta los pies al riojano.
Desde estas líneas (crítica de televidente indignado), en honor a la verdad, te pido que en la tele utilices un nombre artístico. Sé que te gustaba cambiar los nombres de tus revistas. Te sugiero Jorge Sanata y, por ende, una nueva temporada dominguera de tu programa “Sanata para todos”.
Por Cristián Trouvé
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