SR. DIRECTOR:
Hace una semana comenzó lo que se ha dado en llamar “La crisis del Banco Central”. En su momento, y en caliente, plantee algunas cuestiones que, más allá de las formas, que con la reflexión siempre se pueden mejorar, aún sigo sosteniendo. Es necesario entender entre quiénes es el conflicto que dispara la crisis. Quién está de un lado y quién del otro; al mismo tiempo, seamos intelectualmente honestos para ponderar cada una de las cosas que se dicen y hacen.
Quienes desde siempre venimos sosteniendo la ilegitimidad de la deuda externa y que históricamente hemos hecho del no pago de la misma una bandera de lucha, no podemos menos que reconocer que esta crisis es una muestra clara de nuestra derrota.
En efecto, la discrepancia entre las partes de este conflicto nace de una coincidencia: “Hay que pagar la deuda”.
No importa si esa deuda es ilegítima, si ya se ha pagado varias veces, si es usuraria y genocida por origen. Ambos bandos dicen “hay que pagar”. Pagarle al Club de París, que se transformó en acreedor del país cuando le prestó dinero a la dictadura de Videla, para que aceitara el aparato represivo que se llevó más de 30.000 compañeros. Hay que pagarles a los bonistas que no entraron en el canje, aunque sean fondos buitres usureros que con la complicidad de muchos de los que hoy apoyan a Redrado le prestaron plata al país al 50% anual, cuando las tasas internacionales no pasaban del 7%.
Esa deuda ilegítima, producto de la corrupción, la represión y el desmembramiento del sentido nacional de las cuestiones de Estado, debe honrarse.
Bien, ¿cuál es la diferencia, entonces, si todos están de acuerdo con esta decisión? ¿Por qué tanta polémica?
Hay varias cuestiones en el medio que no alcanzan para alejar un cierto tufo desestabilizador en la componenda del presidente del Banco Central con los sectores de la oposición política, mediática y judicial.
Técnicamente, la diferencia fundamental es que el gobierno quiere pagar con las reservas del Banco Central, porque de ese modo no debe echar mano al superávit fiscal que pretende utilizar como herramienta de ampliación de la base social, al volcarlo al financiamiento de medidas de alto impacto social, por ejemplo: el plan “Argentina Trabaja”, la asignación por hijo y políticas activas de sostenimiento de la obra pública y la actividad económica, en el afán de atemperar el crecimiento de la desocupación.
El bando contrario pretende que las reservas no se toquen, porque esa es una verdad de hierro en el mandato de quienes son sus verdaderos patrones, los organismos de crédito internacional.
Con las reservas se financian las corridas cambiarias que terminan en fuga de capitales, de las que ellos sacan sus ganancias. La deuda se paga pero con ajuste, dicen en el Banco Central, y lo acompaña toda la oposición.
Ajuste en las políticas sociales, en los sueldos de estatales, de jubilados, en salud, en educación, en la coparticipación de las provincias, etcétera. Es decir, una reedición de las viejas y extrañadas medidas de carácter monetaristas que durante años destruyeron la economía del país.
¿El gobierno tiene razón entonces? De ninguna manera; la deuda debe ser repudiada y la plata de las reservas utilizadas como una forma de impulsar definitivamente la actividad económica, con una fuerte inversión en obras públicas y gasto social, mejorando la calidad de vida, pagando así la tantas veces mencionada, pero nunca saldada, “deuda interna”.
Este es el concepto real del conflicto y la única salida diferente para el pueblo argentino. Lo demás es la derrota.
Pero no podemos dejar de mencionar algunas cosas que son evidentes y sin que esto signifique una apreciación favorable a ninguna de las dos partes. Es lastimoso cómo la urgencia electoral hace perder los horizontes a la clase dirigente. Hemos escuchado hasta el hartazgo hablar por estos días de consenso y de acuerdos, todos se golpean el pecho pidiendo consenso. Todos quieren consensuar, alrededor de lo que ellos proponen. Por como están las cosas, queda claro que ya no hay tiempo para consensuar acuerdos.
Resulta imprescindible que se tenga la lucidez, al menos, de consensuar los disensos, saber hasta dónde están dispuestos a llegar unos y otros y detener la disolución institucional que se fogonea tanto desde el gobierno como desde la oposición política, mediática y corporativa.
Otro punto a mencionar, y que conviene tener en cuenta, es la característica particular del Banco Central y su ya famosa carta orgánica. Hay que saber, por ejemplo, que la misma no fue redactada por constituyentes ni juristas argentinos, sino a medida exacta de los organismos de crédito internacional, es una imposición del FMI y del Banco Mundial, en uno de los tantos stand by otorgados a Menem en el proceso de destrucción del país.
Hay que saber que históricamente los presidentes del Banco Central no respondieron ni al gobierno de turno ni a la oposición, sino a esos organismos, y ellos daban el placet para nombrarlos en el cargo.
Se pueden decir muchas cosas más al respecto, pero todas estarían en el contexto de un convencimiento interno que me sostiene en vilo hace una semana. Otra vez nos toman de estúpidos y juegan a los cowboys con la democracia.
Jorge Derra (Maquinista Savio)
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