SR. DIRECTOR:
Son pocos los 24 de Marzo que he faltado a la plaza. Estuve ahí incluso antes de que se recuperara la democracia. Cuando falté fue por compromisos laborales que los trabajadores, en ocasiones, no podemos evitar.
En todo este tiempo he visto plazas silenciosas, como las de antes del ‘83. Plazas felices y esperanzadas, como la del ’84, con la democracia recién recobrada. Plazas indignadas y rabiosas, como las de los tiempos de la Obediencia Debida y el Punto Final. Plazas caóticas y arrasadoras, como las de 2002 y el “Que se vayan todos”. Plazas al borde del llanto, como cuando se abrió la ESMA.
He visto muchas plazas, algunas en las que éramos pocos, muy pocos, y otras donde éramos muchos y sentíamos que había oportunistas que sobraban.
Pero más allá de las diferencias en el tiempo, la plaza siempre tuvo un eje conductor, un nervio central que nos unía a todos. La plaza era un espacio de lucha, como suele ser la Plaza de Mayo, pero los 24 de Marzo siempre fueron, además, una celebración de la memoria, una reivindicación militante de los que faltan, un tiempo robado a las disputas, a la puja entre quienes habitamos territorios similares en la confrontación de fondo, con el objeto de construir, aunque sea en lo efímero de una marcha, un acto de unidad popular, donde todos teníamos claro quién era el enemigo. Ese que nunca pisa la plaza.
En los últimos tiempos, ese sentimiento se ha ido desvirtuando, se ha perdido de vista y predomina la incomprensible voluntad del enfrentamiento, que reniega del carácter heterogéneo y amplio de ese profundo sujeto histórico de nuestro país: los desaparecidos.
Los desaparecidos son integrantes de un espectro amplio de la política de nuestro país, que va desde el centro hasta la izquierda trozskista, pasando por el peronismo y otros partidos.
Desaparecido es Edgardo Sajón, un periodista que no se puede definir de izquierda sino más bien lo contrario; también Mario Abel Amaya, un joven diputado radical; los compañeros del sindicalismo combativo no siempre de pensamiento de izquierda, los peronistas y los compañeros de las organizaciones armadas, estudiantes, amas de casa, religiosos, empresarios.
Esta heterogeneidad, lejos de disipar o confundir la figura de los desaparecidos, la ha fortalecido, la ha transversalizado en la sociedad.
Así ha sido hasta que algunos han decidido que los desaparecidos, y la marcha del 24 de Marzo, son lo que ellos piensan que son, y que los demás son traidores, entreguistas o lo que se les ocurra decir. Uno del otro o al otro del uno.
La frenética degradación de la política nacional, en todos los niveles y en todo el espectro, ha transformado el que era el único acto de unidad verdadera del arco nacional y popular, en una contienda feroz por demostrar quien es más.
Ese más no se refiere solamente al número, se refiere a una sarta de dilaciones que arrastran a la desmovilización de las masas y al arreo compulsivo de voluntades confundidas.
No todos los desaparecidos se consideraban clasistas, ni siquiera todos se asumían revolucionarios. En su pluralidad involuntaria, construyeron dolorosamente un cuerpo que debería aglutinar las voluntades de una sociedad mejor, más allá de las diferencias ideológicas y metodológicas.
Esta plaza que viene tendrá tres movilizaciones en el mismo lugar y a la misma hora.
Cada uno de esos sectores entiende que los otros no deben estar. No se trata de tener miedo a lo que puede pasar, o no tenerlo. Se trata de no ser poroto de ninguno de aquellos que se empeñan en apropiarse de la historia, sin más argumento que su mesianismo infalible.
Jorge Derra (Maquinista Savio)
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