Diez de la noche del miércoles 9. Sobre la calle Italia, casi Colectora Este, a metros de la entrada a Belén de Escobar, hay un micro de larga distancia estacionado. En la puerta del motobar, personal de seguridad ordena en filas a las más de doscientas personas que esperan para ingresar. En el interior del local está montado un nuevo escenario, con equipos de sonido alta gama, iluminación y decorado plateado. Todos los instrumentos ya colocados y los plomos y asistentes testean afinaciones y demás pormenores para asegurar el buen desarrollo del espectáculo.
A las 22.30 llega Cristian “Pity” Alvarez, saludando con calidez a todos. Se acomoda en el camarín y un rato después comienza una prueba de sonido con gusto a recital íntimo, generando que quienes aguardaban afuera cantaran a viva voz y alentaran; incluso regaló canciones de Pappo, como Lily Malone (Riff), a las pocas personas que estaban adentro desde temprano. Ajustadas las variables técnicas, la banda se retira a mentalizarse y prepararse para el show.
A la medianoche se abren las puertas y poco a poco comienza a llenarse el bar. El clima preponderante es de festejo y camaradería. Mucha gente recorrió largas distancias -llegaron desde Rosario, Entre Ríos y Santa Fé, por ejemplo- al enterarse de esta fecha, difundida boca a boca.
Era todo canto de tribuna al grito de «Vamos viejas looo«, cuando, a la 1.30 comenzó a sonar El árbol de la vida. A partir de ese momento todos vibraron con el «Pity», cuya identidad es sinónimo del rock de barrio por excelencia.
Vestido con un saco rojo y camisa de gala, subió al escenario con las dos muletas: la primera la abandonó en la mitad del primer tema, y la segunda la usó de bastón de apoyo y dirección de orquesta, en las canciones que únicamente cantaba.
Cuando tomó la guitarra fue pura voluntad y destreza, forzando su recientemente quebrada pierna sin más sostén que su instrumento. El desgaste físico que demandó tocar lesionado, y el carisma con que lo hizo, interpeló a los asistentes a no parar de apoyar ni un solo minuto, acompañando cada letra y cada acorde con todas sus energías.
Durante una hora y media, interpretó canciones de Viejas Locas y de Intoxicados, como un relato de su historia musical: Reggae para los amigos, Me vuelvo al sudeste, Fuego, Rodando por ahí, Hermanos de sangre, Todavía estás ahí, Adrenalina, Me gustas mucho, Mi Inteligencia Intrapersonal, Se fue al cielo, Caminando con las piedras, En problemas, Balada para otra mujer, Homero y Dos nenas.
Para los bises, tras un descanso de treinta minutos, volvió al escenario con nuevo vestuario y esta vez sentado. Hizo subir a una fanática a bailar rock con él, relegando nuevamente la ayuda ortopédica para disfrutar mejor del momento.
Los últimos tres temas fueron una despedida con mucha intensidad: Lo artesanal, Perra y Necesito, cantándolo desde una silla de ruedas que era movida por un miembro de su staff como si estuviera en un zamba, bajo un impactante juego de luces.
Su presentación del jueves mantuvo la misma estructura del show, cambiando algunos temas –638, Don Electrón y Rock & Giro formaron parte del repertorio- y agregando dos mensajes a sus seguidores: invitó a su abogado penalista en guitarras con Me gustas mucho, en agradecimiento a su labor profesional, al tiempo que comunicó que litigará contra las instituciones que revelaron datos de su privacidad -su historia clínica- sin su consentimiento, además de tergiversar los motivos su accidente.
Así, a lo largo de dos noches consecutivas se pudo apreciar y conocer la calidad y profesionalismo de los músicos que conforman actualmente Viejas Locas: Alejandro “Mono” Avellaneda (batería), Juan del Río (guitarra eléctrica), Gabriel Trajsnar (bajo), Matías Mango (teclados), Laura Pardo, Antonio Cepeda (voces y coros) y Fabián Silva y Cristian Díaz (trombón y trompeta).
«Tenía muchas ganas de tocar»
Tras un emotivo cierre a todo «agite y pogo», «Pity» se prestó cordialmente a una conversación con EL DIA de Escobar, contando que se sintió muy bien, que «tenía muchas ganas de tocar» y que la idea que tenía en mente para las presentaciones pudo concretarse trabajando en conjunto con Pablo Larroca, dueño del bar.
También destacó el cariño de la gente, que “siempre se siente”. Y si bien lamentó no haber podido realizar los shows viernes y sábado por su condición física, coincidió en que los recitales de entresemana generaron una mística muy particular en el ambiente. “Vinieron los entendidos, quienes realmente querían vernos tocar. Espero que se hayan quedado conformes», deslizó con humildad mientras se despedía.
Por Juan Pablo Gonzalez Manrique de Lara