Cuando en el año 1995 se realizó la interna justicialista entre Luis Abelardo Patti y la línea cafierista de Valle Santroni para elegir al candidato a intendente, fui invitado a hacer el análisis político en una radio local.
No existían los celulares y uno dependía de que algún contacto pudiera conseguir un teléfono público para alcanzar datos de las otras localidades, mientras que un cadete se iba de una corrida hasta el centro de cómputos y venía con una montaña de papeles escritos a mano y casi ilegibles.
Sin embargo, había mucho respeto por las normas legales, y hasta la hora de cierre del comicio no se hacían especulaciones ni se tiraban cifras.
A las 18, Juan José Jonsson me dijo: “Haga lo suyo”. Y yo, con una certeza previa que pocas veces tuve, manifesté que jamás Patti podría derrotar a Santroni. En primer lugar, porque no era peronista. Y en segundo lugar, porque los peronistas jamás lo avalarían, ya que el comisario era afín casi en todo a los gorilas. Hubiese estado en los aviones de la Marina que bombardearon la Plaza de Mayo, hubiese sentido repugnancia el 17 de octubre, hubiera fusilado en José León Suárez y todos sabían que había tenido algo que ver con la desaparición de queridos peronistas como Goncalves y “Carlón” Pereyra Rossi, entre muchos otros.
Los primeros cómputos en llegar fueron, obviamente, los de Belén: Patti ganaba con extrema comodidad, a lo que aduje que eran los votos de la clase media, que ya por ese entonces clamaban por orden y contra la inseguridad, “porque acá ya no se puede vivir”.
Confiaba en los obreros de Garín para dar vuelta la tendencia, pero cuando llegaron las cifras de aquella localidad la derrota de Santroni tenía características de aplastamiento. Creo recordar que los por entonces oficialistas ni siquiera lograron la minoría; fue una carnicería de peronistas ejecutada por Patti, nada más que esta vez fue política, con votos y no con balas.
Quise entender el porqué de este hecho, que me contradecía totalmente, y hablé con amigos, vecinos y compañeros de trabajo, ya que uno, en absoluta minoría, empezaba a caminar mirando para atrás dado que la dictadura todavía estaba muy presente en el recuerdo, y de vivir en un pueblo cuasi-democrático (Escobar no había podido tener continuidad para el aprendizaje del libre juego institucional, porque desde que se independizó de Pilar los intendentes no duraban por los golpes militares) parecía de golpe que vivíamos en algún Gulag sombrío.
– Pero si vos me contaste que una vez Patti te peló a la salida de un boliche. ¿Cómo ahora lo votás?, le preguntaba a un flaco que laburaba conmigo en la carpintería.
– Porque con el “Chueco” al frente va a haber más seguridad en la calle para mis dos hijas, respondía, y representaba a la inmensa mayoría.
Patti ganó la Intendencia con la boleta con el escudito justicialista, por casi un record mundial: el 73%. Y desde este lado del pensar lindo nos sumimos en una larga zona oscura, donde la resistencia no pasaba por enfrentar a la alianza Patti-sociedad escobarense en las urnas, porque nos pasaban por arriba, sino en pequeños gestos, como los que tuvimos desde la Biblioteca Popular Rivadavia, que en algún momento fue un centro de cultura política y cultural alternativa al poder, con respeto a las escalas, pero que se anotó el logro de organizar la presentación del actor y dramaturgo “Tato” Pavlovsky con su obra “Potestad” en el teatro Girona, y la charla a cargo de Osvaldo Bayer sobre Derechos Humanos.
La misma sociedad que votó a Patti con todo lo que este representaba en materia de calidad democrática, votó a CFK, y todo indica que la volverá a votar, sin ponerse colorados de vergüenza, porque el voto-billetera es el único que tiene éxito.
Después de su procesamiento, las manifestaciones de apoyo a Patti eran las minoritarias y flacas.
Patti pasó de ser una figura nacional, que salió segundo en una elección provincial y estaba por lo menos una vez por semana en los programas de la tele, a ser un preso, un recluso de por vida, con lo que su ultraverticalista proyecto político parece haber capotado.
Pero la sociedad en la que vivimos sigue siendo la misma. ¿O habremos aprendido algo?
Por Jorge L. Bonfanti