El paso a la inmortalidad del ex presidente de la Nación, en la mirada de Jorge Derra.
Hay tantas cuestiones para el análisis, que es difícil saber por dónde comenzar. Con las dispensas del manual, empezaremos por algo que resulta autorreferencial.
Cuando murió Raúl Alfonsín, cansado de tanto palabrerío hueco, sensiblero y demagógico, expresé que la muerte no sana, no reivindica, ni evapora nuestras culpas. Sostuve allí mi pobre concepto sobre la figura política del ex presidente, al que el descontrol mediático en un fenomenal operativo de prensa preelectoral llegó a llamar “Padre de la Democracia”.
El hombre debe ser coherente aunque no esclavo de sus palabras. En el momento de escribir estas líneas sigo teniendo para con Néstor Kirchner los mismos reparos de siempre. Sigo cuestionando el pago de la deuda externa, la destrucción del medio ambiente en aras de la patria sojera y la minería a cielo abierto, que no se recuperen los ferrocarriles, ni la soberanía energética, que haya tanto político viejo asfixiando el proyecto de política nueva que proclamó, tanta vocación por los negocios personales y de su elite y unos cuantos etcétera. De las coincidencias no hablaré porque resulta ocioso.
Sin embargo, así como la muerte no nos expía del juicio de la historia, cierto es que hay muertes que dignifican por si solas.
Néstor Kirchner ha muerto de una forma tan digna, como apasionada fue su vida. Es una de esas muertes a la que pocos se atreven, esas que se encuentran de frente, cara a cara. No aquella que atrapa por la espalda cuando se intenta huir de ella, ni que sorprende a un costado del camino quebrado y vencido.
Néstor Kirchner ha tenido la grandeza de aquellos que sabiendo que la muerte es una fiera que acecha va a su encuentro, porque su pasión lo empuja, su convicción lo sostiene y su conciencia lo persuade.
Su muerte es la de unos pocos elegidos. La del Che y su sueño traicionado en la selva boliviana; la de Salvador Allende y su coraje solitario en el despacho presidencial de la Moneda, enfrentando a los esbirros pinochetistas; la de Rodolfo Walsh, blandiendo aquella carta, cuya lectura aún hoy conmueve, frente a la dictadura genocida.
Esa muerte digna tal vez no lo haga mejor, pero si lo hace más. Más Néstor Kirchner, con todo lo que eso significa.
El 1° de Julio de 1974, a la muerte de Perón, la oligarquía tomó un viejo refrán y lo transformó en slogan. Aparecieron allí los primeros stickers, aquellos que después se repetirían con canalladas tales como “Los argentinos somos derechos y humanos” o más tarde “achicar el Estado es agrandar la Nación.” En esta oportunidad, el lema era “muerto el perro, se acabó la rabia”. Frente al agravio estigmatizante, la JP recogió el guante y con carbón en la pared, así grafito contra cal, que no otra cosa es el grafitti, escribió para que todos sepan: “Somos la rabia de Perón”.
Esta oligarquía de hoy, tan diferente y tan parecida a aquella, no se atreverá a decir muerto el perro se acabó la rabia, pero lo piensan y, más aún, lo desean fervientemente, porque para ellos la rabia es el proyecto nacional y popular que los interpela cada día, con sus aciertos y sus errores.
Ante esto, la rabia, nuestra rabia, debe estar atenta. Con la enseñanza de la historia como manual, pero con la identidad popular como bandera.
Citar al 1° de Julio del ‘74 no es casual, pretende ser un faro de atención, como tampoco resulta vano agregar que la muerte de Mariano Ferreyra no es del todo ajena a la muerte de Néstor Kirchner, y que la patota que mató al pibe militante del PO ya tiene dos muertes en su mochila.
Las líneas escritas arriba no son de fácil lectura, encriptan escenarios que el firmante no desea convocar porque su resolución es aún mucho más compleja. La política puede ser volátil o explosiva, estar pendiente de las señales en uno u otro sentido es tarea fundamental de esta hora.
Aunque resulta tentador pensar en el ‘74, las circunstancias no son las mismas. Kirchner no era Perón y… cuesta decirlo sin ofender, pero hay que decirlo aunque sea obvio, Cristina no es Isabel, ni se ven brujos cerca, pero que los hay, los hay.
En el momento de conocer la mala noticia decidí abstraerme de todos los operativos mediáticos montados a ambos lados de la desgracia, quería poder ser objetivo en las conclusiones que sacara, sin estar influido por tantas palabras de insoportable levedad. Sé que en ese trance me he perdido opiniones meritorias, pero me quedo con lo muy poco que el televisor me puso ante los ojos. Por si a alguien le quedaba alguna duda, por si algún canalla tenía la esperanza de que no fuera así, la caja boba me mostraba el temple de acero de la Presidenta parada frente al cadáver de su marido, diciéndole al pueblo: “Tranquilos, acá estoy yo”.
Debería responder esta rabia agradecida: “¡Y nosotros acá, señora, para lo que necesite!!”. Ya habrá tiempos de exponer las discrepancias.
¡Hasta la victoria siempre compañero Néstor Kirchner!
Por Jorge A. Derra
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