Valeria tiene 28 años, Jonatan 25 y desde hace meses pasan sus días al costado de la Panamericana, en la entrada a Escobar. Tienen una hija de dos años y están desocupados. Pero no pierden las esperanzas de salir a flote y llevar una vida digna.
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Valeria tiene 28 años, Jonatan 25 y desde hace meses pasan sus días al costado de la Panamericana, en la entrada a Escobar. Tienen una hija de dos años y están desocupados.
Bajo el manto de fuegos artificiales que cubrirá esta medianoche el cielo escobarense, Jonatan y Valeria brindarán solos y a la intemperie a un costado de la autopista Panamericana, en la subida a Zárate desde la ruta 25, donde desde hace meses pasan los días a la espera de un golpe de suerte del destino que les permita abandonar su situación de calle.
Jonatan tiene 25 años y Valeria 28. Ella se fue de su casa, en Los Polvorines, por problemas con su padre. Y desde los 17 vive en la calle. Él se crió con sus abuelos en el barrio La Loma, en Garín, y hasta hace unos meses trabajaba como albañil en Dique Luján. Se conocieron en 2011, en la plaza de la estación de Escobar, donde ella pernoctaba y Jonatan solía merodear.
Desde entonces son novios y hace dos años son padres de Candela Lucía, quien no los acompañará esta Nochebuena porque está viviendo en Zelaya con su abuelo paterno, porque nació con problemas respiratorios y una parálisis en la mano izquierda que requieren de cuidados y un tratamiento médico permanente.
«La dejé con mi papá para que no pase necesidades con nosotros. Pero la vamos a visitar siempre. Y por suerte está mejorando», le cuenta Jonatan a El Día de Escobar. La bebé nació el 31 de diciembre de 2013, justo en las vísperas de Año Nuevo.
Hasta hace unos meses, los dos vivían en una habitación que alquilaban sobre la vieja ruta 9. Pero el dueño vendió la propiedad y el dinero no les alcanzó para conseguir otro techo. Así que tuvieron que volver a la intemperie, con limitaciones y necesidades básicas insatisfechas que sería obvio describir. «Pedimos ayuda en todos lados, pero todos se lavan las manos», sostiene Valeria, a quien ninguna queja ni lamento le borra su sonrisa, ajena a las adversidades.
Ninguno de los dos demuestra tristeza a pesar de las condiciones en que les toca vivir. Al contrario, da la impresión de que les sobran esperanzas y fuerzas para salir adelante. Por lo pronto, el destino ya les dio un guiño: un hombre que se enteró de ellos por las redes sociales se acercó a dejarles ropa, mercaderías, una conservadora cargada y una carpa que estrenarán estas noche. Hasta entonces dormían bajo un árbol, entre unas placas de corcho que hacían de paredes para darles un mínimo de privacidad. «Cuando llueve nos cruzamos al parador, para estar bajo techo», apuntan.
Jonatan dice estar dispuesto a trabajar de lo que sea para recuperar la dignidad de poder darle un hogar a su familia. Ella también, se ofrece a cuidar chicos o limpiar casas con tal de conseguir el dinero que necesitan para salir a flote.
Quizás el espíritu de estas fiestas sensibilice a quienes tienen la posibilidad de ayudarlos para revertir esta difícil historia que protagonizan. Quizás cualquier lector de esta nota pueda ser el Papá Noel que les cambie la vida.
Por Ciro D. Yacuzzi
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