Mi hija me dio la noticia: -¿Viste que murió Caloi? Fue un mazazo. Oscureció mi mente, no pude pensar. Por Jorge A. Derra .
Llevo un día enterrado en un pozo, al que solo merodea la tristeza. Desde el territorio inmediato de mi piel hasta el oblicuo punto del horizonte, todo es amargura. No existe cielo, ni tierra, ni selva, ni mares, ni montañas. Solo tristeza en mi mundo, que ha quedado desolado.
Mi hija Violeta me dio la noticia: – ¿Viste que murió Caloi?, me preguntó. Fue un mazazo, como el marronazo que voltea la res en el matadero. Oscureció mi mente, no pude pensar. Solo mi lengua autómata soltó la pregunta: ¿Se murió Cemente? – ¡Caloi!, respondió ella.
Entonces, como en el poema de Neruda, la muerte del mundo cayó sobre mi vida y me hundió en este pozo.
Daniel Divisky, el director de Ediciones de la Flor que publicó sus libros, cuenta una peculiaridad del “Negro” Caloi.
En la Feria del Libro, tanto la tradicional como la infantil, los escritores suelen ir un día y firman 20 ó 30 ejemplares de sus libros que los visitantes compran en la feria. Caloi firmaba centenares… pero de papelitos, que los chicos les llevaban para que les dé un autógrafo o les dibuje un Clemente. Era el único al que el personal de limpieza le pedía una firma; sus libros se vendían poco, porque sus seguidores eran de los sectores más populares, gente que pocas veces puede comprar un libro.
La niebla de la tristeza es densa y cruel, no permite pensar ni imaginar cómo esta sociedad, nuestra sociedad, podrá seguir siendo la misma sin Clemente, sin su padre, el que firmaba papelitos en la Feria del Libro, el que nos enseñó a resistir, justamente, tirando papelitos en medio del Mundial ‘78, como una forma de desobedecer el mandato de pulcritud de los dictadores genocidas.
El dolor aprieta la garganta, tiembla la mano que pretende escribir, se nubla la mente que imagina un futuro sin ellos.
Los personajes de historieta, cuando se meten en el corazón del pueblo, terminan siendo una caricatura de la sociedad que habitan.
Mafalda era la representación de una sociedad insurrecta, que se interpelaba a sí misma con sarcasmo, casi con violencia. Se paraba al frente y aullaba las preguntas que rara vez podía responder. Ella, como su sociedad, caminaban hacia la ruptura y el caos.
Clemente, al principio, fue el espejo de una sociedad encriptada, en resistencia, que se atrincheraba en su cáscara de lenguaje cifrado, con el alma sobresaltada por el miedo y el espanto. La sociedad de lo simbólico como tabla de salvación no solo de la vida sino también de la dignidad.
Luego, ya en democracia, Clemente fue el igual, el par que reflexiona desde el mismo lugar de los más simples, los sencillos.
Da miedo pensar cuál es el personaje de esta nueva sociedad. ¿Qué caricatura ocupará el lugar de alter ego que tenía Clemente? Espanta la certeza de que lo que viene son los culos y tetas plásticas de Tinelli, o la miserable mediocridad de los Wachiturros. ¿Cómo disipar la niebla? ¿Cómo ahuyentar el temor?
Quisiera poder arrancarme esta lágrima negra que me quema el pecho, llenarla con todas las sonrisas y reflexiones sabias que me regalaron durante tanto tiempo y ofrecérselas como agradecimiento. A vos, Clemente narigón sin brazos, bostero entrañable. Y a vos, Caloi, gallina de alma, genio irremplazable, muchas gracias y permítanme asumir el duelo tirando papelitos… Y hasta la victoria siempre mierda!!!
Por Jorge A. Derra
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