Ya no somos Escobar, ni la Capital Nacional de la Flor. Somos un corredor aséptico, sin personalidad, donde cualquier negocio se puede hacer. Por Jorge A. Derra.
Corrían los últimos meses del año 1981, la dictadura empezaba a tambalear, más por discrepancias internas que por razones externas. Poco a poco comenzaban a verse lucecitas que alumbraban el final del túnel oscuro de aquella tragedia argentina. La revista Humor, Radio Belgrano con Aliverti, Daunes, Enrique Vázquez. Y en televisión, la increíble aparición de un programa de producción independiente en un canal del Estado: “Compromiso” (lunes a las 22 por Canal 13). Brandoni, Darín, Leonor Manso, la Picchio y alguno más que no recuerdo.
El capítulo llegaba a su fin con una escena, una panorámica de una callecita de Buenos Aires, un camión del Ejército frena de golpe, cortan la calle, el lugar se llena de soldados. Manso y Brandoni caminan apurados, se cruzan miradas entre los gritos y las órdenes. Un poco más adelante, una decena de policías requisa un colectivo con los peores modales. La protagonista de la escena interpela con un gesto mudo a su compañero preguntando qué pasa; es una exiliada que está de regreso en el país. El personaje de Brandoni contesta: “¿Sabés que pasa? Somos un país ocupado. Eso es lo que pasa. Y todavía no nos dimos cuenta”.
Vaya este recuerdo, salvando las grandes diferencias, para entender qué nos pasa a los escobarenses.
Escobar es un municipio ocupado.
La ocupación empezó hace ya casi 15 años, cuando Luis Patti desembarcó políticamente en Escobar, de la mano de Duhalde y Menem, apadrinado por Jorge Landau.
Con él arribaron 16.000 nuevos afiliados al PJ, que desaparecerían años después, cuando la sociedad entre padrino y ahijado se rompiera. Esos 16.000 ocupantes llegaron a votar en las elecciones internas, en micros fletados nadie sabe desde dónde, en horas del mediodía, su gran mayoría, hora extraña si las hay, para votar en masa.
Llegaron con su aspecto cuidado, ropas impecables, ordenados y juiciosos, organizados y obedientes. Vinieron y se fueron antes de las dos de la tarde. Pero aquella ocupación sigue vigente hasta el día de hoy.
Hoy seguimos sitiados, ocupados. El distrito está en manos ajenas, no nos pertenece. Y por más que algunos se esfuercen en recuperar el control de aquello que fue nuestro, esa posibilidad esta cada vez más lejos.
Esa mayoría fraguada en la contingencia fugaz de una interna partidaria se extendió en el tiempo, el espacio y en el devenir histórico.
No es solamente la presencia en más o menos cantidad de funcionarios ajenos al distrito lo que determina el grado de la ocupación; aunque eso solo ya es grave, porque la lejanía emocional del forastero hace de la función pública una actividad fría, anodina, mediocre, sin compromiso, en el mejor de los casos, cuando no dolosa.
Pero la ocupación que padecemos los escobarenses desde hace 15 años va mucho más allá. Tiene que ver con la intención de quien gobierna y para quién gobierna. Cuando se piensa prioritariamente en los intereses externos, se extiende la ocupación; desde lo territorial a lo político, lo económico, lo social y lo humano.
La ocupación nos ha mutado en beneficio de otros, ya no somos Escobar, ni la Capital Nacional de la Flor ni el municipio semirural. Somos un corredor aséptico, sin personalidad, donde cualquier negocio se puede hacer. Y nos hicieron creer que eso es bueno para nosotros, los escobarenses. Mientras tanto, los viejos lugareños sabemos que ni siquiera nos permiten ser.
La ocupación nos somete, administra sin pasión territorial, una gran fábrica multinacional aquí, un country lleno de pasajeros de fin de semana allá. Obras públicas que justifican a un gobierno municipal que abandona a los vecinos porque trabaja para la ocupación.
Así, mientras se hacen asfaltos con el dinero que se recibe de la Nación (una cantidad como nunca se recibió en la historia del distrito), los caminos que recorren los lugareños, y los ocupantes nunca pisan, están destruidos, las calles llenas de basura, las salas sin elementos y nosotros tomando agua podrida.
Este doble estándar de la administración es una marca indeleble de la ocupación. La resignación es la peor de las respuestas.
Por Jorge A. Derra (Concejal Frepaso entre 1999 y 2003)
jorgederra@yahoo.com.ar
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