Un concierto de piano “único en el mundo”, a cargo del personaje más increíble del mítico bar “La Pérgola” de Escobar. Por Juan Carlos Villalba.
“¡Bravo!” “¡Grande maestro!” “¡Otra… otra!”. La algarabía era total, todos de pie aplaudiendo y el pianista, sonriente, agradecía aquellas muestra de admiración.
Era su noche de gloria. Si algún desprevenido hubiera entrado al bar y pizzería “La Pérgola” aquella noche, hubiera pensado que estaban todos locos, porque aquel concierto de piano, “único en el mundo”, tal como lo anunciaba el cartel pegado en la puerta, se estaba realizando sin piano.
“Único en el mundo», decía el cartel. Y era verdad: no se conoce otro pianista que tocara el piano sin piano, y menos en público. Y mucho menos aún, que diera un concierto en un boliche. Pero estaba sucediendo, y era en “La Pérgola”, de Escobar.
Todo comenzó una noche en que “El Pianista” (vamos a llamarlo así, para preservar su identidad) se jactaba, como siempre, de tener memoria fotográfica, alardeaba de recordar cualquier cosa que hubiera estudiado, recordaba textos, leyes, artículos, incisos, disposiciones legales, que explicaba con lujo de detalles, agregándole autor, número de página y hasta el color de las tapas del libro.
Se sometía a pruebas y aceptaba desafíos, que por supuesto, siempre ganaba. Parecía invencible, hasta que una noche contó que había estudiado música y era pianista.
– Tóquese algo, maestro (fue casi un coro).
El hombre de la memoria fotográfica dudó.
– Pero… ¿y el piano..?, preguntó.
En aquel boliche, donde lo absurdo era moneda corriente, no pareció disparatado que “Juanqui” (el dueño), muy suelto de cuerpo, dijera:
– ¿Para qué quiere piano? Dele así nomás… de memoria.
– ¿Tocar el piano de memoria?, balbuceó “El pianista”, tratando de asimilar lo insólito de la propuesta.
“Juanqui” lo conocía como nadie y sabía muy bien lo que decía cuando se acercó y le dijo al oído:
– ¿Tiene miedo que le falle la memoria fotográfica?
Ese fue el empujón que faltaba. Cómo iba a tener miedo, si él era “El Campeón Mundial de la Memoria Fotográfica”.
Lo de campeón mundial había surgido una noche en el boliche, cuando por aburridos, o por no tener nada que hacer, se lo declaró, en una ruidosa asamblea, como “El legítimo Campeón Mundial de la Memoria Fotográfica”, hecho del que hay fotos y se conserva el acta firmada por todos los presentes.
Su título estaba en juego. Y más que el título, su amor propio.
– Yo soy capaz de eso y mucho más, dijo, desafiante.
Como por arte de magia se armó una platea de 10 ó 12 personas, con rostros circunspectos y dispuestos a escuchar.
– “Desde el alma”, pidió el Chivo Warnes.
– “Para Elisa”, dijo el Podólogo Rodríguez.
– “Adiós Nonino”, gritaron desde el fondo.
Los pedidos se sucedían vertiginosamente. “El Pianista” levantó la mano, como diciendo basta, y arrancó con “Desde el Alma”.
A medida que tocaba en la mesa, un teclado imaginario solfeaba en voz alta las notas correspondientes, dándole el ritmo exacto. Ejemplo: Fa Mi Do Re Re Re Sol Fa Fa Sol Fa Fa Do Re Sol Fa MI Sol Fa… (Así hasta el final y con todas las melodías que interpretó).
Asombroso, insólito, inesperado, nunca visto, comiquísimo, absurdo, pero “Único en el Mundo”. Así fue, de manera natural e impensada, casi jugando, como nació la historia del pianista sin piano.
Lo que nadie pudo intuir jamás eran las derivaciones que aquello iba a tener, consecuencias increíblemente divertidas, disparatadas y hasta dramáticas en ocasiones, pero definitivamente inolvidables.
Luego de aquel concierto privado, por denominarlo de alguna manera, surgió la idea de hacerlo público. El apoyo fue unánime. En un mimeógrafo que había en la piecita del fondo se imprimieron los volantes y las Invitaciones Especiales. “Lo Especial” de aquellas invitaciones consistía en que los que asistieran al concierto debían aplaudir y vivar al pianista, como si los hubiera conmovido con su arte.
El debut fue un éxito extraordinario. La revista Hoy (En el quehacer escobarense) le dedicó la tapa y un elogioso comentario (esta revista se conserva). La noticia corrió por el pueblo, todos querían saber de qué se trataba. Los que habían estado agrandaban las cosas y los que no, se lamentaban y no querían perderse el próximo espectáculo.
Debo aclarar que al decir espectáculo no estoy exagerando, pues la capacidad de “La Pérgola” se vio superada: a pedido del público sacaron el piano, es decir la mesa, a la vereda y allí, debajo de las plantas de naranja amarga que la adornaban, “El Pianista” dio un concierto maravilloso, por lo original y divertido, y por la pureza de esa gente que se puso a bailar al compás de “Desde el Alma”, “Siga el Baile” o “Barrilito de Cerveza”, pero que después hizo un silencio respetuoso cuando “El pianista” sacó unas partituras y arrancó con “Claro de Luna”, de Beethoven, siguió con una Sonatina de Clementi y ni que hablar cuando remató con “Adiós Nonino”.
Esa noche se ganó el respeto del público. Había nacido la leyenda del Hombre de la Memoria Fotográfica, pero no lo sabíamos.
Cuando veo la vieja filmación en Súper 8, que conservo de aquella noche, encuentro invariablemente un parentesco cercano con el neorrealismo italiano, y al ver a aquel hombre poseído por la música, tocando de pie, me acuerdo del actor Hugo Soto, dando su concierto en Parque Lezama en la película Hombre Mirando al Sudeste.
– Está loco, pero es simpático, comentaron unas viejas que pasaron a nuestro lado.
Estábamos conversando en la vereda, “El Pianista” y yo.
– Es injusto, me dijo.
Me hice el distraído.
– Lo que dijo esa mujer -prosiguió-. Ella viene a reírse de mí, piensa que soy un payaso, pero yo estudie música realmente, 10 años de conservatorio, teoría, solfeo, armonía, composición -a medida que hablaba se iba angustiando-. El piano -dijo con voz entrecortada- me lo regaló mi padre…
Estaba a punto de ponerse a llorar cuando desde adentro empezaron a reclamar su presencia. Esa noche comencé a dudar de su locura, creo que era un ser necesitado de afecto, con un tremendo deseo de ser aceptado (eso es lo que pienso hoy, pero entonces era yo muy joven, demasiado diría, como para ponerme a bucear en el alma de aquel personaje).
– ¡Otra…otra ..!, se escuchaba.
“La Pérgola”, como París, era una fiesta. Y en esa algarabía despreocupada y continua, mientras soñábamos con ganar el Prode para ir a París y “emborrachar a Lulú con el champagne”, nos divertíamos con cosas cotidianas y simples. Y si bien la presencia del Hombre de la Memoria Fotográfica no resulta algo común, era, para los habitués de “La Pérgola”, algo cotidiano y normal. Era tiempo de reír, y nos reímos.
Ese fue el comienzo de la historia. Luego le sucederían hechos tanto o más disparatados, como la gira por distintos bodegones de Escobar, “La Bóveda”, “El bar América”, “El Ombú”, “El bar Roma”, “Lo de Vega”, “Lo de Miro”, “La Garúa” de Matheu, boliches casi irreales que parece mentira que se hubiese realizado en ellos un concierto de piano de estas características.
O la serenata a “Ruth, La Colorada”, donde la mina, que cobró por adelantado, debía asomarse a la ventana y fingir que estaba deslumbrada y conmovida por el talento de aquel artista; terminó enamorándose de él, porque lo descubrió tierno y necesitado de cariño, como ella.
Todos estos hechos están documentados con fotos, con diarios y revistas de la zona que se ocuparon del caso (y que se conservan), con testigos y, principalmente, porque “El Hombre de la Memoria Fotográfica” vive, camina a diario por las calles de Escobar.
Si Usted anda por las inmediaciones de Mitre y Ameghino, ahí, donde estaba “La Pérgola”, posiblemente se cruce con él, y al saludarlo, él, amablemente le diga:
– Buenos días… ¿cómo le va? Saludos a los suyos…
Si nota que Usted se sorprende de ser reconocido, dirá sonriente:
– Recuerdo su cara. Y tocándose la frente agregará: tengo Memoria Fotográfica.
Por Juan Carlos Villalba
Septiembre – Diciembre 2004
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