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“Massera, su muerte”

“La noticia me dejó con una mezcla de rabia y tristeza. Yo no quería que se muera sin sufrir un tiempo más”. Por Jorge A. Derra.

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Me enteré de la noticia por internet y lo primero que se me ocurrió fue decir: “¡¡¡Ehhh, Néstor, cuidado, va para allá!!! Pero en el acto comprendí que era imposible, no puede haber un juez que se equivoque tanto como para mandarlos a los dos al mismo lugar.
Sea donde sea que se vaya a ir, la verdad es que la noticia me dejó con una mezcla de rabia y tristeza. Yo no quería que se muera.
El velorio fue en secreto y express, una verdadera pena, nos quedamos con las ganas de echarle la última mirada. Nos privamos de que la señora Mirta nos asombrara con su capacidad para resolver ecuaciones, derivadas e integrales aplicadas al cálculo de superficies, y que nos dijera cuánto cajón se necesita para deshacerse de tanto horror y si finalmente el cadáver estaba o no en aquel ataúd, según sus cálculos trigonométricos y gorilas.
Tampoco hubo oportunidad para que Mariano -Grondona, por supuesto-, pudiera divisar en medio de la multitud conmocionada por el suceso a los juveniles partisanos hitlerianos que tan claramente vio días atrás.
No supimos tampoco si la señora Carrió, con su benemérita caridad cristiana, tuvo oportunidad de expresarle a la esposa del difunto que lo mejor para todos era que ella enviudara. ¿Habrá tenido tiempo de desearle la muerte, tan recoleta y practicante de su catolicismo fervoroso? No lo sabemos, sigue en silencio.
Yo no quería que se muera. Quería que siga aquí, sufriendo un tiempo más. Si ya se eso está muy mal, no debemos guardar rencor, o buscar revancha, pero no puedo evitarlo. Las Madres sí pueden, y las Abuelas, porque son personas muy especiales. De mi parte, lo lamento, pero me hubiera gustado que sufriera los dolores del cuerpo maltrecho, pero sobre todo los dolores del alma, si es que la tuviera. Que padeciera ahí, tirado en su cama de hospital, hostigado por catéteres y agujas, pero también acosado por la justicia, que sigue llegando para él y sus perversos pares.
Hubiera querido ver sus ojos desorbitados, más que por el dolor físico, por las imágenes incontenibles del regreso de todos aquellos que no estaban ni vivos ni muertos y que ahora reaparecen presentes, para siempre.
No quería que se muera sin sufrir la derrota, definitiva, de su proyecto, que se vislumbra en esos lápices que siguen escribiendo, en esos indefinibles adolescentes, mitad “rollingas” mitad “Miranda” que se movilizan, que luchan por sus colegios, que no se rinden, o en esos otros de perfil más bajo y con menos prensa, que ya no reclaman casi avergonzados por fideos y conservas, que ahora salen a la calle a pedir mejores trabajos, mejores salarios y siguen dejando la vida en eso.
No tendría que haber muerto. Tendría que seguir tirado en esa cama inmóvil, comprendiendo definitivamente que todo ha sido en vano, tanto horror, tanta maldad. Que no alcanzó la tortura, la muerte, el espanto.
Que, pese a todo, este pueblo sigue luchando, no se queda quieto, rompe el silencio, el orden, la paz de los cementerios que él pregonaba.
Tendría que haber vivido un poco más para llegar al día que se presiente y ver otra vez la primavera… y florecer mil flores, esas que él pensó que había cortado para siempre.
No tendría que haberse muerto hasta que le llegara, plena, contundente, esa condena final que ya se asoma. Esa que más le iba a doler: ver al pueblo feliz.
Por Jorge A. Derra

Me enteré de la noticia por internet y lo primero que se me ocurrió fue decir: “¡¡¡Ehhh, Néstor, cuidado, va para allá!!! Pero en el acto comprendí que era imposible, no puede haber un juez que se equivoque tanto como para mandarlos a los dos al mismo lugar.

Sea donde sea que se vaya a ir, la verdad es que la noticia me dejó con una mezcla de rabia y tristeza. Yo no quería que se muera.

El velorio fue en secreto y express, una verdadera pena, nos quedamos con las ganas de echarle la última mirada. Nos privamos de que la señora Mirta nos asombrara con su capacidad para resolver ecuaciones, derivadas e integrales aplicadas al cálculo de superficies, y que nos dijera cuánto cajón se necesita para deshacerse de tanto horror y si finalmente el cadáver estaba o no en aquel ataúd, según sus cálculos trigonométricos y gorilas.

Tampoco hubo oportunidad para que Mariano -Grondona, por supuesto-, pudiera divisar en medio de la multitud conmocionada por el suceso a los juveniles partisanos hitlerianos que tan claramente vio días atrás.

No supimos tampoco si la señora Carrió, con su benemérita caridad cristiana, tuvo oportunidad de expresarle a la esposa del difunto que lo mejor para todos era que ella enviudara. ¿Habrá tenido tiempo de desearle la muerte, tan recoleta y practicante de su catolicismo fervoroso? No lo sabemos, sigue en silencio.

Yo no quería que se muera. Quería que siga aquí, sufriendo un tiempo más. Si ya se eso está muy mal, no debemos guardar rencor, o buscar revancha, pero no puedo evitarlo. Las Madres sí pueden, y las Abuelas, porque son personas muy especiales. De mi parte, lo lamento, pero me hubiera gustado que sufriera los dolores del cuerpo maltrecho, pero sobre todo los dolores del alma, si es que la tuviera. Que padeciera ahí, tirado en su cama de hospital, hostigado por catéteres y agujas, pero también acosado por la justicia, que sigue llegando para él y sus perversos pares.

Hubiera querido ver sus ojos desorbitados, más que por el dolor físico, por las imágenes incontenibles del regreso de todos aquellos que no estaban ni vivos ni muertos y que ahora reaparecen presentes, para siempre.

No quería que se muera sin sufrir la derrota, definitiva, de su proyecto, que se vislumbra en esos lápices que siguen escribiendo, en esos indefinibles adolescentes, mitad “rollingas” mitad “Miranda” que se movilizan, que luchan por sus colegios, que no se rinden, o en esos otros de perfil más bajo y con menos prensa, que ya no reclaman casi avergonzados por fideos y conservas, que ahora salen a la calle a pedir mejores trabajos, mejores salarios y siguen dejando la vida en eso.

No tendría que haber muerto. Tendría que seguir tirado en esa cama inmóvil, comprendiendo definitivamente que todo ha sido en vano, tanto horror, tanta maldad. Que no alcanzó la tortura, la muerte, el espanto.

Que, pese a todo, este pueblo sigue luchando, no se queda quieto, rompe el silencio, el orden, la paz de los cementerios que él pregonaba.

Tendría que haber vivido un poco más para llegar al día que se presiente y ver otra vez la primavera… y florecer mil flores, esas que él pensó que había cortado para siempre.

No tendría que haberse muerto hasta que le llegara, plena, contundente, esa condena final que ya se asoma. Esa que más le iba a doler: ver al pueblo feliz.

Por Jorge A. Derra

Yael Duckwen

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stiky