Por estar ubicada en un lugar muy concurrido de colectivos, mi panadería estaba casi siempre llena de gente. Aunque cada uno comprara dos pancitos, era un incesante entrar y salir de personas...
Por estar ubicada en un lugar muy concurrido de colectivos, mi panadería estaba casi siempre llena de gente. Aunque cada uno comprara dos pancitos, era un incesante entrar y salir de personas.
A causa de esto, nunca pude hacer buenas migas con nadie, ya que tenía que atender rápidamente a la gente porque perdía el colectivo; y aunque muchos fueron clientes por muchos años jamás supe el nombre de nadie ni tampoco qué actividades realizaban.
En una época comenzó a venir una señora gordita, de unos 60 años, que todos los días llevaba en sus hombros una mochila bastante importante y, si bien no tenía aspecto de mujer sucia, su olor era insoportable; olía a orina pura y los clientes ponían cara fea al tener que pararse a su lado.
Yo al verla llegar ya me ponía incómodo, pero no podía hacer nada más que atenderla con una sonrisa y darle las gracias por su compra.
De pronto, como todos los otros clientes, un día dejó de venir y sentí cierto alivio de que así fuese. Se me solucionaba una de esas situaciones incómodas sin remedio en las que todos los hombres alguna vez nos vimos metidos sin querer.
Luego de unos meses, la señora reapareció nuevamente con su mochila al hombro pero esta vez apareció en un horario en el que no había muchos clientes, así que pensé que ésta sería mi oportunidad de, a través de mis preguntas, ver cómo era su vida, a qué se dedicaba, qué hacía… Entonces con clásicas frases como «¿Hace calor?», «¡El día está lindo, pero está pesado!» y todas esas preguntas tontas que uno hace para iniciar una conversación, llegué a saber cuál era su trabajo… y me sorprendió de una manera increíble.
-No… ¡yo no tengo trabajo! -exclamó -, yo soy jubilada y más o menos con mi jubilación me arreglo… Lo que hago es trabajar de voluntaria en un hogar de ancianos, ya que algún día yo sé que también terminaré allí… Y como últimamente no están teniendo mucha provisión de pañales descartables, lo que hago es llevarles pañales de tela un día y al otro día los voy a buscar ya sucios para lavarlos en mi casa y volvérselos a llevar al día siguiente. ..
No les puedo contar exactamente cuál fue mi sensación. Aquello que sentí dentro de mi garganta fue inexplicable. Me quedé sin aire y cuando lo pude recuperar, lancé un llanto delante de esta señora que no sabía cómo justificar.
Lo que le pude decir es que me emociono fácilmente, pero lo que sentí realmente fue que una gran cantidad de esas lágrimas estaban dedicadas a la pena que yo sentía por mí.
Por Eduardo Marino
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