“Porque mi pizzería, queridos clientes, ha sido mi verdadero proyecto de vida… la herencia más preciada que me dejó mi padre luego de haber instalado este negocio en 1929.
Desde entonces, siempre hemos puesto el ojo fijo en la calidad de nuestro producto: nuestras mejores harinas, nuestros mejores jamones, nuestras mejores muzzarellas, las aceitunas más grandes.
También reparamos en la buena atención y contratamos a los mozos más cordiales, para que usted se sienta atendido como en casa.
Y hoy, a los 74 años de inaugurado nuestro negocio, puedo decir con orgullo que seguimos trabajando como el primer día; nuestra clientela se ha renovado generación tras generación, y los grandes que hoy vienen a comer pizza con sus hijos, fueron los hijos de los grandes de entonces…”.
De esta manera, Juan Carlos “Juanqui” Mignolo ensayaba su discurso para el aniversario de su pizzería.
«Y como ‘Pizza Mignolo’ es un agradecido de sus clientes…la segunda vuelta de pizza y cerveza…es gratis!!!”.
Y Juanqui seguía improvisando el discurso solo, mirando las mesas que desde hacía muchos meses nadie ocupaba. Las crisis económicas recurrentes habían transformado la gran pizzería Mignolo en un zucucho desvencijado, que vendía solo un par de pizzas diarias al mostrador. Su fiel pizzero Nicasio era el único que le había hecho el aguante. Ni sus hijos lo siguieron.
Y Juanqui seguía su discurso: “Y por si faltaba algo, ahora nos honra con su presencia, el galán del tango, mi amigo y tocayo… ¡Juan Carlos Delmar!”.
Juanqui se sentó relajado. Apoyó sus manos entrelazadas sobre su gran panza, cerró los ojos y vio su local lleno de gente, música, aplausos. Nada podía sacarlo de su éxtasis.
Pero abrió los ojos y vio a través de la ventana el auto de su hijo mayor estacionando junto a una ambulancia de la que bajaron dos hombres de blanco.
Antes de poder hilvanar un par de pensamientos, ya los hombres lo llevaban de los brazos.
-Vamos papá… se hace tarde.
-¿Adónde hijo? ¡Yo tengo que recibir al fiambrero! ¡Déjenme!
-Papá…-lo consoló su hijo-, no viene el fiambrero hoy…. ¡vamos! -y señaló con la cabeza a los hombres de blanco que continuaran su trabajo-.
-¡Sí que viene… sí que viene!, -trataba de explicar Juanqui-. Nicasio… ¡recibime el pedido!
Fueron las últimas palabras que el pobre pizzero escuchó del patrón, mientras secaba una lágrima fugaz.
Por Eduardo Marino – Belén de Escobar – Junio 2015