Miles de vecinos salieron a las calles para celebrar el triunfo argentino en Brasil y la obtención de la Copa América. Las plazas de Escobar y Garín se vistieron de fiesta, pero pocos cumplieron los cuidados para evitar contagios.
Miles de vecinos salieron a las calles para celebrar la victoria de la Selección ante Brasil y la obtención de la Copa América. Las plazas de Escobar y Garín se vistieron de fiesta, pero pocos cumplieron los cuidados para evitar contagios.
Cuando sonó el pitazo final en el mítico estadio Maracaná, la euforia fue total en cada rincón del país y en cuanto lugar del mundo donde hubiera un argentino futbolero. El histórico triunfo de la Selección frente a Brasil y la obtención de la anhelada Copa América rompieron el sábado una larga sequía de éxitos, que se festejó con la intensidad de un desahogo tras tantas frustraciones y en un contexto de pandemia que prácticamente había clausurado toda posibilidad de alegría colectiva.
La consagración del equipo liderado por Lionel Messi fue un estallido de algarabía, que dio lugar a abrazos, llantos y emociones contenidas durante mucho tiempo. Por eso, no resultó extraño que una multitud se volcara a las calles en todo el país para festejar el título. Atrás quedaron las dos finales perdidas por penales contra Chile en las anteriores ediciones de este certamen y otras definiciones amargas, como la del Mundial de 2014 ante Alemania en ese mismo estadio.
El partido de Escobar no estuvo ajeno a esta euforia generalizada. Pocos minutos después de que finalizara el partido -1 a 0, con golazo de Angel Di María-, tras los festejos en cada hogar, empezaron a escucharse en las calles los primeros bocinazos y cánticos, que con el correr de la noche se hicieron cada vez más fuertes y masivos.
La plaza principal de Belén de Escobar se vio colmada por familias, jóvenes y chicos, que desde antes de la medianoche se fueron acercando con banderas, gorros, trompetas y banderines para festejar y compartir la emoción por el título continental. Así como muchos se agruparon en la esquina de Tapia de Cruz y Asborno, otros tantos participaron de una interminable caravana de autos.
“Dale campeón, dale campeón”, «Brasil, decime qué se siente..» y “el que no salta, es un inglés” fueron los hits de la improvisada fiesta callejera, que incluyó una vuelta olímpica a la plaza y se extendió hasta cerca de las 3 de la madrugada sin que se registraran incidentes.
Algo similar se vivió en la plaza central de Garín. Cientos de vecinos se concentraron en la esquina de Belgrano y Larroca y permanecieron varias horas celebrando el título logrado por el equipo nacional.
El desborde de alegría, comprensible por donde se lo mire, dejó completamente de lado los cuidados para evitar contagios de coronavirus. Aunque hubo quienes tuvieron una actitud prudente, preservando la distancia social y el uso de barbijos, la mayoría se comportó como si la pandemia ya hubiera quedado atrás. Una conducta que puede entenderse, pero que es a todas luces desaconsejable y cuyo impacto epidemiológico quizás se aprecie en las próximas semanas.
El último antecedente de un festejo tan masivo data de 2014, cuando la Selección venció por penales a Holanda y clasificó a la final del Mundial (ver nota acá). Desde entonces pasaron siete años sin grandes alegrías y con muchas desilusiones. Sumado a una pandemia que desde hace catorce meses alteró la vida cotidiana y anuló todo atisbo de celebración colectiva.
Por eso el “dale campeón” fue un grito tan fuerte, unívoco y emotivo. Por eso el fervor popular dejó por unas horas de lado la racionalidad y este sábado 10 de julio será inolvidable. En medio de tanto dolor, tristeza y restricciones por la pandemia, Argentina tuvo un momento de felicidad.
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