“Estoy a la deriva”: La dura historia del hombre que mendiga al lado del andén

Tiene 70 años, vive en Maschwitz y en 2017 se fracturó la cadera. Sin trabajo, jubilación ni pensión, sobrevive por la caridad de vecinos y comerciantes. “O me voy al cementerio o me quedo acá pidiendo ayuda”, reflexiona, apesadumbrado.

lunes 05 febrero, 2024

No baja los brazos. Eduardo y sus muletas, que le permiten desplazarse pese al estado de su cadera.

Tiene 70 años, vive en Maschwitz y en 2017 se fracturó la cadera. Sin trabajo, jubilación ni pensión, sobrevive por la caridad. “O me voy al cementerio o me quedo acá pidiendo ayuda”, reflexiona, con tristeza.

Sobre la avenida Tapia de Cruz, a pasitos del andén, todos los días es común ver un hombre mayor pidiendo limosnas a la gente que va y viene por el centro de Escobar. Su nombre es Eduardo Bolón (70), vive en Ingeniero Maschwitz desde hace más de 35 años y necesita ayuda para paliar sus problemas de salud y económicos.

En 2017 sufrió un golpe que le fracturó su cadera, del lado derecho. A raíz de eso anda con muletas y tiene muchísima dificultad para trasladarse, más el indisimulable dolor que le provoca tener que levantarse después de estar tantas horas sentado debajo del árbol que lo cobija del sol todos los días.

“Cuando me pasó lo de la cadera fui a la salita de Garín y me dijeron que era solo un golpe. Cuando salí de ahí, me caí en la vereda. Un amigo me trajo al hospital de Escobar, donde me dijeron que estaba quebrado y quedé internado casi tres meses”, repasa.

“El traumatólogo Jorge Gómez se encargó de pedir una prótesis, llegó y me hice los estudios prequirúrgicos. Pero me asusté y no me quise operar. Cuando volví me dijeron que la prótesis no estaba y que faltaba el cemento. Nunca más me llamaron ni supe nada más”, le cuenta a El Día de Escobar, que lo entrevistó en la calle para conocer su historia de vida.

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Desde aquel episodio se desplaza con la cadera fracturada. Su temor de entrar al quirófano le jugó una mala pasada y no volvió a tener la posibilidad de encarar una recuperación digna. Mucho menos volver a tener la chance de intervenirse quirúrgicamente algo de lo que hoy se arrepiente.

“Me están ayudando de Bienestar Social con una bolsa de alimento, con muy buena atención de la coordinadora. Pero me cuesta mucho conseguir mis remedios”, sostiene, apenado.

Eduardo vive en la casa de su ex esposa, que junto a su nueva pareja le hace un lugar para que pueda dormir bajo techo. Nació en Uruguay y sus hijos viven allá, saben que está fracturado, pero desconocen que pide limosna en la calle.

De pie. El hombre es uruguayo y sus dos viven allá. Ninguno sabe que hoy mendiga para sobrevivir.

“Yo trabajé toda mi vida, fui coordinador de remiserías en Maschwitz y Escobar, me conocen todos. Pero ahora estoy a la deriva, esperando que me den una mano”, confiesa, triste y con ganas de revertir este duro momento.

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Su situación económica no podría ser más frágil: no cobra pensión, jubilación ni subsidio, así que vive de lo que la gente le da. De eso dependen su alimentación y los medicamentos que necesita.

Viaja -gratis- todos los días de Maschwitz a Escobar y religiosamente de 11 a 16 mendiga al lado de las vías. Sabe que el colectivo pasa 16.10 y no puede perderlo para volver de nuevo a su casa, prestada.

¿Por qué pide en Escobar y no en su ciudad? “Por vergüenza. Y porque acá hay más gente. Me ayudan mucho. También los comerciantes me dan cosas para comer”, reconoce, con gratitud.

Eduardo busca un lugar para poder vivir, que le vuelvan a dar un turno en el hospital para rever su cuadro y que alguien le ofrezca un trabajo. “Tengo fuerza para hacerlo, puedo trabajar atendiendo el teléfono. Muchos me han prometido ayuda y sigo acá, esperando. Me presenté en ANSES, hice los trámites para la pensión y me mandaron a Migraciones de Capital, por ser uruguayo. Pero no puedo moverme tanto, no tengo cómo”, razona, enojado con el sistema y pidiendo que le simplifiquen los trámites.

Para el final, el hombre hace una reflexión con honestidad brutal y mucha sinceridad: “Hace dos años que no tengo trabajo, que no cobro nada de nada. Entonces, ¿qué hago? ¿Me voy al cementerio o me quedo acá pidiendo ayuda? Y elijo esto último”, confiesa, con ganas de salir adelante y empezar una nueva vida.

Por Javier Rubinstein