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El tren y los bichos de mal agüero

Nadie debe equivocarse: no se acaba de inaugurar un ramal ferroviario, acabamos de dar un paso extraordinario. Escribe Jorge Derra.

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No sé bien porqué, pero vino a mi memoria la imagen final de aquella extraordinaria primera versión de El Planeta de los Simios, cuando los viajeros perdidos encuentran en la playa desierta, semienterrada, la estatua de la libertad, y comprenden que ese reino del futuro, donde los simios hablan y son los amos de los humanos, es la mismísima tierra y justamente su New York.
Tal vez sea el sesgo de epopeya, esa cuestión de encontrar, donde nunca se hubiera pensado, el pasado perdido, la vida misma enterrada en el tiempo. De allí tal vez cayeron esas lágrimas que escondí con pudor.
Qué significa esa formación ferroviaria que cruzó las amplitudes inmensas de la pampa ondulada hasta meterse, cruzando el río, en el paisito más hermano que nunca. Lo llamaron “El Tren de los Pueblos Libres”, también se lo hubiera podido llamar “El Tren de los Pueblos Vivos”. Porque de eso se trata el ferrocarril, de la vida.
Quienes, por cuestiones generacionales, no conocieron los tiempos donde el ferrocarril cruzaba la patria de punta a punta y mantenía vivas las estaciones, que eran faros en la niebla, para los pueblos del país profundo, tal vez puedan pensar que el ramal ferroviario puesto en marcha ayer por los presidentes de Uruguay y Argentina es solo  cuestión de economía, o desarrollo del turismo, que sí lo es. Pero también es mucho más.
Mujica, con esa capacidad extraordinaria para comunicarse con frases extraordinarias dijo:  “Sé que ahora vendrán los bichos de mal agüero que nos reprocharán que falta esto y lo otro. ¿Por qué no terminamos este puente, porque no construimos este muro? Pero… ¡es que no tocamos a Dios con la mano!”.
Me dejó pensando el presidente. Soy uno de los que le cuestiona fervientemente al gobierno de este lado del río su desidia frente a la cuestión ferroviaria. Quede pensando si la recuperación que exijo, que muchos pedimos, no tendrá otro camino que el que imaginamos, camino que tal vez tenga en este tren de los pueblos vivos un tramo revelador.
Porque, más allá del turismo y de la economía, más allá de la voluntad de Cristina y de Pepe, el origen y el valor histórico de este servicio ferroviario hay que buscarlo en el desarrollo de ese proceso imparable que comenzó a principios de siglo, que tomó el camino de la unidad latinoamericana y con ella el camino de la libertad y de la soberanía.
Este ramal ferroviario se comenzó a construir, para ponerle fecha,  en aquella cumbre de los pueblos de Mar del Plata, donde le dijimos No al ALCA,  No a las relaciones carnales y al avasallamiento de la soberanía.
Esta obra es fruto de la decisión política de Cristina Fernández y de José Mujica, pero antes que eso es obra de la decisión de vida de Néstor Kirchner, de Lula, de Hugo Chávez, de Evo Morales y del mismísimo Tabaré Vázquez y de todos los pueblos de Latinoamérica que acompañaron ese grito de libertad.
Quien no se conmueva por el fervor y el cariño expresado por los uruguayos al arribo de Cristina a Salto, es porque tienen mala memoria. Se olvidan que hace poco tiempo atrás reclamos tan justos como sectoriales pretendían anteponerse a la necesidad de dos pueblos hermanos de mantenerse unidos.
Tal vez se olvidan que pretendieron hacernos creer que los uruguayos eran enemigos y viceversa. Que nos insultábamos arriba de una ruta, cerca del puente que antes que unirnos nos separaba. Y si no tienen mala memoria, son bichos de mal agüero, como bien dijo el presidente uruguayo.
Nadie debe equivocarse, no se acaba de inaugurar un ramal ferroviario, acabamos de dar un paso extraordinario, reconstruyendo el camino que hace 200 años partieron al medio esos bichos de mal agüero, que ya existían. Esos que ahora, en un tiempo más, saldrán a gritar con letras tamaño catástrofe en las tapas de sus diarios, o en los horarios centrales de sus noticieros, cuánto le cuesta al país sostener ese ferrocarril. Aquellos que pretenden que todo sea visto con los ojos de la economía, peor aún, con “sus” ojos, de la economía.
Aquellos que nunca podrán entender las razones de esas miles de personas, con banderas uruguayas y argentinas mezcladas, que se acercaban a las vías del tren, en el medio de la inmensidad de la pampa ondulada, allí donde solo se ven vacas y pájaros, a saludar el paso del tren, porque eso debe quedar claro: saludaban el paso del tren antes que a la presidenta que iba adentro.
Ellos, los bichos de mal agüero, jamás podrán entender esas lágrimas,  que mojaban las mejillas cuando la locomotora los saludaba con sus rugidos de león eufórico.
Por Jorge A. Derra

No sé bien porqué, pero vino a mi memoria la imagen final de aquella extraordinaria primera versión de El Planeta de los Simios

, cuando los viajeros perdidos encuentran en la playa desierta, semienterrada, la estatua de la libertad, y comprenden que ese reino del futuro, donde los simios hablan y son los amos de los humanos, es la mismísima tierra y justamente su New York.

Tal vez sea el sesgo de epopeya, esa cuestión de encontrar, donde nunca se hubiera pensado, el pasado perdido, la vida misma enterrada en el tiempo. De allí tal vez cayeron esas lágrimas que escondí con pudor.

Qué significa esa formación ferroviaria que cruzó las amplitudes inmensas de la pampa ondulada hasta meterse, cruzando el río, en el paisito más hermano que nunca. Lo llamaron “El Tren de los Pueblos Libres”, también se lo hubiera podido llamar “El Tren de los Pueblos Vivos”. Porque de eso se trata el ferrocarril, de la vida.

Quienes, por cuestiones generacionales, no conocieron los tiempos donde el ferrocarril cruzaba la patria de punta a punta y mantenía vivas las estaciones, que eran faros en la niebla, para los pueblos del país profundo, tal vez puedan pensar que el ramal ferroviario puesto en marcha ayer por los presidentes de Uruguay y Argentina es solo  cuestión de economía, o desarrollo del turismo, que sí lo es. Pero también es mucho más.

Mujica, con esa capacidad extraordinaria para comunicarse con frases extraordinarias dijo:  “Sé que ahora vendrán los bichos de mal agüero que nos reprocharán que falta esto y lo otro. ¿Por qué no terminamos este puente, porque no construimos este muro? Pero… ¡es que no tocamos a Dios con la mano!”.

Me dejó pensando el presidente. Soy uno de los que le cuestiona fervientemente al gobierno de este lado del río su desidia frente a la cuestión ferroviaria. Quede pensando si la recuperación que exijo, que muchos pedimos, no tendrá otro camino que el que imaginamos, camino que tal vez tenga en este tren de los pueblos vivos un tramo revelador.

Porque, más allá del turismo y de la economía, más allá de la voluntad de Cristina y de Pepe, el origen y el valor histórico de este servicio ferroviario hay que buscarlo en el desarrollo de ese proceso imparable que comenzó a principios de siglo, que tomó el camino de la unidad latinoamericana y con ella el camino de la libertad y de la soberanía.

Este ramal ferroviario se comenzó a construir, para ponerle fecha,  en aquella cumbre de los pueblos de Mar del Plata, donde le dijimos No al ALCA,  No a las relaciones carnales y al avasallamiento de la soberanía.

Esta obra es fruto de la decisión política de Cristina Fernández y de José Mujica, pero antes que eso es obra de la decisión de vida de Néstor Kirchner, de Lula, de Hugo Chávez, de Evo Morales y del mismísimo Tabaré Vázquez y de todos los pueblos de Latinoamérica que acompañaron ese grito de libertad.

Quien no se conmueva por el fervor y el cariño expresado por los uruguayos al arribo de Cristina a Salto, es porque tienen mala memoria. Se olvidan que hace poco tiempo atrás reclamos tan justos como sectoriales pretendían anteponerse a la necesidad de dos pueblos hermanos de mantenerse unidos.

Tal vez se olvidan que pretendieron hacernos creer que los uruguayos eran enemigos y viceversa. Que nos insultábamos arriba de una ruta, cerca del puente que antes que unirnos nos separaba. Y si no tienen mala memoria, son bichos de mal agüero, como bien dijo el presidente uruguayo.

Nadie debe equivocarse, no se acaba de inaugurar un ramal ferroviario, acabamos de dar un paso extraordinario, reconstruyendo el camino que hace 200 años partieron al medio esos bichos de mal agüero, que ya existían. Esos que ahora, en un tiempo más, saldrán a gritar con letras tamaño catástrofe en las tapas de sus diarios, o en los horarios centrales de sus noticieros, cuánto le cuesta al país sostener ese ferrocarril. Aquellos que pretenden que todo sea visto con los ojos de la economía, peor aún, con “sus” ojos, de la economía.

Aquellos que nunca podrán entender las razones de esas miles de personas, con banderas uruguayas y argentinas mezcladas, que se acercaban a las vías del tren, en el medio de la inmensidad de la pampa ondulada, allí donde solo se ven vacas y pájaros, a saludar el paso del tren, porque eso debe quedar claro: saludaban el paso del tren antes que a la presidenta que iba adentro.

Ellos, los bichos de mal agüero, jamás podrán entender esas lágrimas,  que mojaban las mejillas cuando la locomotora los saludaba con sus rugidos de león eufórico.

Por Jorge A. Derra

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