El pianista del Titanic

La historia del “Viejo” Ricardo, un pintoresco personaje que frecuentaba el mítico bar y pizzería “La Pérgola”. Por Juan Carlos Villalba.

lunes 05 febrero, 2024

– ¡Ese pelotudo de Richard Clayderman acaba de arruinar una de las obras más grandes de la música universal!, protestaba el viejo Ricardo Calvette mientras el tema sonaba en los parlantes de “La Pérgola”.

Ricardo tenía una sólida formación cultural, amaba todas las expresiones del arte, pero la música clásica era su debilidad; mejor dicho, su fuerte, porque era pianista, conocía la obra de los más grandes compositores y organizaba conciertos de excelente nivel, convocando a concertistas amigos suyos.

Era un crítico exigente como pocos, y se enojaba muchísimo cuando algún músico no respetaba la versión original de alguna composición.

Y este era el caso de Richard Clayderman.

Sin ser yo un interlocutor válido para evaluar la versión de “Claro de Luna”, de Beethoven, que estábamos escuchando, se dirigió a mí y comenzó una clase magistral de análisis musical.

Cuando “El Viejo” comenzó con su explicación, su mesa se llenó de amigos interesados en el tema.

– Este tipo (no quería nombrarlo) nunca entendió el espíritu de la obra o se cagó en Beethoven y en la música clásica, dijo moviendo la cabeza.

– Pero la versión de Clayderman es hermosa y muy romántica, dijo Guillermo Álvarez.

– ¡Y a mí qué carajo me importa!, dijo el viejo, golpeando la mesa. ¡Eso es para la gilada! Yo hablo de música clásica, no de negocios discográficos.

Exaltado, locuaz y muy didáctico en la explicación, continuó…

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– Señores (dijo, poniéndose de pie), el primer movimiento de esta joya de la música universal, es, en términos musicales, un adagio sostenuto, es decir, un tempo que debe ser suave, tranquilo, debe transmitir tristeza, los dedos del pianista deben acariciar las teclas de un modo muy especial. El espíritu del autor es que esas notas sean los pasos lentos, pesados de un cortejo fúnebre, deben tener un matiz Pianissimo, débil, muy suave, como un lamento…

El viejo tenía la particularidad de referirse a un hecho con las palabras más apropiadas, algo acorde con la educación y formación cultural que tuvo desde siempre, y, a la vez, mezclar con esa agradable conversación cualquier exabrupto, y no pecar de mal gusto. Por eso no sonó fuera de tono cuando continuó con su comentario y agregó:

– Y este tipo que está tocando, señores… en vez de transmitirme esa sensación que el autor propuso… ¡Me hace agarrar ganas de cagar!

Y se fue…

En su años jóvenes, Ricardo había sido secretario en el prestigioso Colegio Nacional Buenos Aires, en él se habían formado y cultivado amistades muy importantes del quehacer nacional.

Su actividad social y cultural era muy intensa y su sólida posición económica le permitían frecuentar los más selectos lugares de Buenos Aires.

La solidez económica con el tiempo desapareció, pero no sus refinadas costumbres ni su amor por la música clásica.

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Los apremios económicos, los malos consejos o malas decisiones lo fueron llevando al desalojo de su casa.

La tarde que los empleados judiciales llegaron hasta su domicilio y comenzaron a sacar todas sus pertenencias, él, cual músico del Titanic, seguía tocando como si nada pasara.

Aquellos hombres de la mudanza, hombres duros, curtidos por el sol y el trabajo, de una escasa cultura y tal vez embrutecidos por las necesidades, no se atrevieron a interrumpirlo y se fueron.

Cuando la Jueza de Paz de Escobar tuvo conocimiento de este episodio, decidió y declaró que el piano, al haber pertenecido desde siempre a la familia del deudor de la hipoteca, que este instrumento acompañó desde la infancia al mencionado Ricardo Calvette y, por lo tanto, era como una parte de su persona por el cariño y apego que tenía con él, cuyos lazos lo unían a sus antepasados…“era, de acuerdo a la Ley 1/2000 de Enjuiciamiento Civil en los Art. 605 a 608, un bien inembargable, por cuanto resultaba imprescindible para que el ejecutado y las personas de él dependientes puedan atender con razonable dignidad su subsistencia”.

El hogar de ancianos que lo cobijó pareció revivir con los conciertos de Ricardo y su piano, aquella maravillosa música de siglos fue, para todos los viejitos del lugar, como si aquellos insuperables compositores les acariciaran el alma.

Léase, publíquese y recuérdese.

Será Justicia.

Por Juan Carlos Villalba / Desde Escobar