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El millón en el Obelisco

Una mirada en retrospectiva sobre la manifestación del 8N y la situación política del país. Por Ricardo Choffi.

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El paso del tiempo es implacable. Se lleva a la rastra nuestra juventud, pero nos deja la experiencia y un cúmulo de recuerdos. Está en nosotros la capacidad de sacar provecho de ellos, aunque también tenemos la vocación y la tozudez de repetir errores.

Transcurre la primavera del ‘83. La sangrienta dictadura agoniza. El general Reynaldo Bignone, a desgano, desempolva las urnas que en aquel tiempo eran de madera, roble macizo quizá, porque resistieron más de seis años a oscuras. Pronto habrá elecciones a todos los cargos del país. Los peronistas nos sentíamos ganadores, invencibles. Luego de un complejo proceso de internas habíamos logrado un candidato a presidente respetable y una lista única. La famosa “unidad” que predicamos falsamente más de una vez.

¡Cómo no les íbamos a ganar a los radicales! Si lo habíamos hecho siempre en cada enfrentamiento mano a mano durante casi 50 años de historia. Encima, en la última elección que se recordaba se había triunfado con Perón por un rotundo e indiscutible 61% con casi 40 puntos de diferencia sobre el legendario Ricardo Balbín. Nos sobraba legítima confianza. Su nuevo candidato, Raúl Alfonsín, era un ignoto ex diputado sin experiencia en gestión, sin técnicos de peso que lo rodearan. Apenas acompañado por un puñado de jóvenes entusiastas: Federico Storani, Leopoldo Moreau, el “Coti” Nosiglia y otros, quienes fundaron “la Coordinadora”.

El justicialismo postulaba a Italo Lúder, uno de los juristas más lúcidos de aquel tiempo, sin carisma, pero con envidiable formación intelectual y un enorme currículum en su haber. Había sido presidente interino de la Nación durante las licencias de Isabel Perón. Hasta el mismísimo Balbín habría recomendado a un ya enfermo y nuevo amigo general Perón reemplazar a Isabel por Lúder en su sucesión. Reconocidos profesionales y experimentados políticos se perfilaban como ministros para el futuro gabinete: el neurólogo Matera, el economista Cafiero, el abogado laboralista Ruckauf, el profesor Salonia, entre otros. Los números, la historia y el prestigio estaban de nuestro lado. Motivo suficiente para sentirnos triunfalistas.

Hasta que apareció el millón en el Obelisco. El 26 de octubre de 1983. El cierre de campaña de la Unión Cívica Radical. Casi a medianoche, Alfonsín, el hombre que según los medios de la época se había ganado fama de “urdidor incansable a la hora de los acuerdos políticos y de orador encendido a la hora de ocupar la tribuna”, sorprende logrando movilizar a un millón de almas, nada menos.

¿Eran todos radicales? Si lo comparamos con la realidad actual del partido centenario, la respuesta es un fácil “seguro que no”. ¿Era quizá la clase media acomodada, temerosa de que el regreso del peronismo al poder cercenara sus privilegios? Esta contestación no es fácil, pero también podría ser un subjetivo “no”. Prefiero un tibio “no lo sé”. Un millón de personas suele contener una masa demasiado heterogénea como para clasificarla.

Dos días después, el peronismo respondió con el mismo poder de fuego, pero con mucho más ruido y alegría. Acostumbrado a grandes epopeyas y apoyado en las organizaciones sindicales. También juntamos un millón en el Obelisco… o más. Pero el fuego se propagó brutalmente en la mano del caudillo bonaerense de entonces, Herminio Iglesias, quien incendió un ataúd con el logo de la UCR.

Algunos millones más, pero desde sus casas a través de la televisión, muchas aún en blanco y negro, sentenciaron su indeciso voto en ese mismo instante. Por suerte no existía Facebook ni Twitter -sus fundadores todavía usaban pañales-, sino hubiera sido peor. Sufrimos la más humillante derrota electoral de la historia del peronismo. Más de la mitad de los votos fueron para la fórmula Alfonsín y el cordobés Víctor Martínez. Apenas algo más del 40% para Lúder y el chaqueño Deolindo Bittel.

La historia continuó, mucha agua paso bajo el puente y es infecundo continuarla en esta columna. Pero bien vale este recuerdo.

El cerebro es capaz de aprender y corregir. También es propenso a repetir y tropezar, es humano. Aunque le debería ser inevitable recordar lo que nos costó levantarnos cada vez que caímos, no solo a los peronistas sino a los argentinos, por dividirnos, aunque seamos un millón de cada lado… cuando el Obelisco es uno solo.

Hasta la victoria…

Por Ricardo F. Choffi
ricardo@jauretche.org.ar

Yael Duckwen

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