Juan Carlos Villalba revive la historia de un simpático personaje de barrio recordado por sus “manos milagrosas”.
– Arrepiéntanse de sus pecados…a Dios no le gusta eso
, dijo Carlitos, parado en medio de la calle, mientras con la mano derecha dibujaba una cruz en el aire.Los vagos de la esquina estallaron en una carcajada y continuaron burlándose de él.
– Déjate de joder Carlitos, dijo uno de los atorrantes.
II
“El loco Carlitos” había crecido en el barrio y era conocido por todos.
Siempre tuvo inclinación por lo metafísico y lo religioso, dicen que lo heredó de la abuela. Parece que la vieja era espiritista, médium o mano santa, según dicen las vecinas… Y como se crió con ella, adquirió esa mística.
Pero todo comenzó con una joda de los muchachos del barrio.
Conocedores de que Carlitos era poseedor de una gran fe en Dios, fingían un desmayo o enfermedad y al ser tocados por él sanaban o revivían instantáneamente.
Sumado esto a la inocencia de Carlitos, un ser sin ningún tipo de maldad o picardía, comenzaron a hacerle creer que tenía ciertos poderes sobrenaturales.
– Vos lo curaste Carlitos…. vos lo curaste, le decían. Y lo abrazaban.
Cuando sucedía esto, Carlitos abrazaba fuerte su Biblia y lloraba.
– Yo no…. Yo no, decía. Habrá sido Dios.
– Ma que Dios, fuiste vos… insistían los vagos, y reían.
III
Pasado un tiempo, el tema parecía diluirse…
Pero la noche en que “la Matilde”, con “el Ramoncito” en brazos, se escapó del hospital y llegó hasta la pieza de Carlitos, desesperada, porque el pibe ya se le moría, la historia cambió para siempre.
– Salvámelo Carlitos, por favor, dijo “la Matilde”, llorando. Salvámelo que se me muere.
Carlitos no sabía qué hacer, solo agarró su Biblia, temblando y envuelto en una frazada, rezó toda la noche, sin parar de llorar.
(Aunque no sabía leer, cada vez que una situación lo desbordaba o afligía, abría su Biblia, como buscando auxilio, y comenzaba a llorar mientras rezaba).
Cuando “la Matilde”, sonriente y con el pibe en brazos, contó en el almacén lo que había sucedido, las vecinas se persignaron y difundieron por todo el vecindario lo que consideraron un milagro.
– Ese muchacho es un Ángel, dijo la vieja Carmencita.
IV
Primero fue un babero, después un chupete, una vela, la estampita de algún santo, flores, más velas, y así, de a poco, la pieza de Carlitos se fue convirtiendo en una especie de santuario.
Empezó a venir gente de otros barrios pobres, la mayoría eran viejas y madres con chicos, se sentaban frente a la pieza de Carlitos y comenzaban a rezar, mientras esperaban que este apareciera.
– Tocalo Carlitos, tocalo, le pedían, al tiempo que le ponían los chicos al alcance de la mano, y él, como jugando, casi sin entender lo que estaba sucediendo, los acariciaba amorosamente.
“Carlitos el loco” o “el loquito”, como se lo conocía, fue el ser más tierno y cariñoso que habitó el barrio. Parece mentira que alguien que posiblemente jamás recibió una caricia, regalara tanta ternura.
V
– Loco de mierda, tomátelas del barrio… gritaba la vieja Porota, la curandera, enojada, porque se había quedado sin clientes.
– Que Dios te bendiga, contestaba Carlitos, que no sabía de insultos ni mezquindades, cosa que provocaba más enojo en la vieja y la risa de todos los vecinos.
Cuando el Padre Augusto, atraído por los rumores de “curaciones milagrosas”, vino hasta el barrio, luego de entrevistar vecinos y recabar información, fue hasta la pieza de Carlitos, y después de charlar con él, tal vez convencido o para sacarse un poco de laburo de encima, o para no desilusionar a aquellas personas, dijo: … Es un alma pura, pueden confiar en él…pero no dejen de ir al médico…
VI
El tiempo, implacable, se ha llevado a los protagonistas de estos hechos extraordinarios. Sin embargo, aunque el asfalto borró las huellas de Carlitos y su Biblia, de los vagos de la esquina y sus bromas, de la vieja Porota y sus enojos, del Padre Augusto y su bondad, de “la Matilde” y casi todos los vecinos, todavía, algo queda de aquel tiempo.
Queda el Ramoncito, aquel pibe que se curó, viejito, mentiroso y charlatán, dispuesto a contar a quien sea cómo Carlitos le salvó la vida, y aunque el progreso modificó para siempre la geografía barrial, al final del camino, pasando el ranchito del Petiso Maldonado (que aún vive y sigue tocando la guitarra) la pieza de Carlitos sigue en pié, como desafiando al tiempo, convertida en un lugar casi sagrado para los vecinos, donde de tanto en tanto, alguien deja alguna flor.
Y dice la leyenda que en las noches de lluvia el alma de Carlitos vaga sobre los techos de zinc, sobre todo, por la casa donde haya algún pibe enfermo, y que suele escucharse, a lo lejos, un aire de milonga, con unos versos que dicen…
No tema, mi niño, no tema
Que no llueve, que no llueve
Es Carlitos rezando, mi niño
Para que se cure, para que se cure….
FIN
Por Juan Carlos Villalba
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