¿Cómo se mide la dimensión de un hombre? ¿Qué moneda define su valor, su entidad humana? Es difícil encontrar una sola respuesta a estas preguntas.
Muchos hombres y muchas mujeres se destacan en su ámbito familiar, de trabajo, social, etcétera. Son menos los que logran extenderse más allá y muy pocos los que llegan a destacarse en territorios extraños. Estos son seres especiales, resultan inabarcables para el común de los mortales, son tan extensos que nos resultan infinitos, eternos.
Juan Gelman es un hombre infinito y eterno. Se extiende de su propio tiempo y de su propio espacio, trasciende su historia de vida y se mete en la nuestra, como una señal, un ejemplo a seguir, pero … ¡ay, qué difícil!
Poeta excelso, ganador de infinidad de premios internacionales, entre ellos el “Miguel de Cervantes”, el más importante en la literatura hispana. Es que Gelman está considerado como el poeta vivo más importante de la lengua castellana. Quien suscribe no amerita para hacer evaluación crítica de su poesía, pero se declara admirador absorto de la misma.
Sin embargo, su condición de poeta multipremiado es un territorio que le ha quedado chico a su indefinible espíritu, extenso como un mar inasible, lejos, muy lejos de cualquier estereotipo formal. Empecinado militante de derechos humanos, hizo de la memoria, la verdad y la justicia la causa central de su vida, tanto como la poesía.
Su propia historia fue el camino que lo acercó a esa militancia. Su hijo, su nuera y su nieta fueron víctimas del siniestro Operativo Cóndor. El cadáver de Marcelo Gelman Suberoff apareció dentro de un tambor de 200 litros rellenado con cemento y arena en las costas uruguayas. Su nuera Claudia García Iruyeta, embarazada de siete meses, trasladada clandestinamente al Uruguay y mantenida prisionera hasta que dio a luz a una niña y aún hoy permanece desaparecida. Su nieta, Macarena Gelman García, fue apropiada por un comisario ya fallecido, que en su momento llegó a ser funcionario político del gobierno del presidente constitucional Sanguinetti.
Esta crónica de horror, que hoy nos puede parecer familiar y recurrente, fue reconstruida por Gelman con su dignidad, su compromiso y su dolor como herramientas. Pero la lucha no fue solo por la reconstrucción de la historia familiar. Su militancia no fue una brisa que solo deja, aun en su importancia, la reparación histórica de la tragedia familiar.
Gelman, el poeta, el militante, el hombre infinito, fundó parte del presente de justicia al que se asoma hoy el Uruguay, cuyos legisladores acaban de derogar la Ley de Caducidad, equivalente a las leyes de Obediencia Debida y Punto Final de nuestro país. Este logro hubiera sido demasiado difícil sin el aporte de la lucha de Gelman, sustentado por su prestigio internacional.
El hombre infinito roza su objetivo, resta la tarea de encontrarse con los restos de su nuera para poder darle a su nieta una tumba donde llorar a su madre. Pero él no se detendrá, irá más allá.
El poeta, el militante, el padre, el abuelo Gelman, es también un cronista de época empecinado en su valentía y su coraje.
La misma pluma que vierte la poesía sublime echa luz sobre los oscuros vericuetos de la guerra y de la muerte, desnuda las feroces garras del imperio, lanzadas siempre contra la debilidad de los más vulnerables.
Gelman es un periodista libre, que no independiente, un cronista inclaudicable de los atropellos del poder. Sus ensayos son denuncias cargadas de virtuosa prosa y esmerado estilo, además de inexorable veracidad.
El diario Página/12 suele traer los domingos, en su contratapa, las columnas del hombre infinito.
Allí Gelman ha denunciado los crímenes de lesa humanidad, perpetrados en diversos lugares del planeta, desde Chechenia a Afganistán, desde Kosovo a Haití, desde Bosnia a Libia, desde Irak a Gaza.
El domingo 30 de octubre tituló su columna: “¿Ahora África, porque no?”. Allí, además de la denuncia esclarecedora, nos deja una reflexión sobre los motivos que tendría Obama para avanzar sobre los países africanos. Por supuesto que no se descartan los intereses económicos, el petróleo, el oro, los diamantes, el Coltán, etcétera. Pero también, dice Gelman, está subyacente el siempre latente sueño imperial de colonizar el planeta todo. Nos advierte que no estamos a salvo.
El hombre infinito ha cumplido 81 años, su pluma -sin embargo- ha surcado siglos enteros. En estos días dio, por si hiciera falta, otra muestra de su grandeza cuando le tocó declarar en los juicios por la causa “Automotores Orletti”. Alguien, con malicia, le preguntó por qué no vivía en la Argentina, a lo que el poeta contestó: “En todo caso la pregunta sería por qué vivo en México, y la respuesta es porque estoy totalmente enamorado de mi mujer”.
El hombre infinito muestra toda su dimensión. ¿Cómo haríamos nosotros, limitados mortales, para alcanzar a percibirla, comprenderla y aprehenderla? Su poesía sería una buena forma de acercarse.
Oración de un desocupado
Padre, desde los cielos bájate
He olvidado las oraciones que me enseñó la abuela.
Pobrecita, ella reposa ahora,
No tiene que lavar, limpiar,
No tiene que preocuparse andando el día por la ropa,
No tiene que velar la noche, pena y pena,
Rezar, pedirte cosas, rezongarte dulcemente.
Desde los cielos bájate, si estás, bájate entonces,
Que me muero de hambre en esta esquina,
Que no sé de qué sirve haber nacido,
Que me miro las manos rechazadas,
Que no hay trabajo, no hay.
Bájate un poco,
Contempla esto que soy, este zapato roto,
Esta angustia, este estómago vacío,
Esta ciudad sin pan para mis dientes,
La fiebre cavándome la carne,
Este dormir así,
Bajo la lluvia, castigado por el frío, perseguido
Te digo que no entiendo, Padre, bájate,
Tócame el alma, mírame el corazón,!
Yo no robé, no asesiné, fui niño
Y, en cambio, me golpean y golpean.
Te digo que no entiendo, Padre, bájate,
Si estás, que busco resignación en mí y no tengo
Y voy a agarrarme la rabia y a afilarla para pegar
Y voy a gritar sangre en cuello.