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“El día que Gardel lloró”

A 75 años de su fallecimiento, un recuerdo desde la extinta pizzería “La Pérgola”. Por Juan Carlos Villalba.

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Por Juan Carlos Villalba
Los integrantes de la hermandad gardeliana (cerca de veinte veteranos empilchados a lo Gardel) se acercaron a la mesa donde conversaban “A” y “B”. Respetuosamente pidieron hablar con “A”, quien se levantó y fue con ellos hasta un apartado del café, donde comenzaron a hablar en voz baja.
“B” trataba de escuchar, pero no era posible, y debió conformarse con observar, cómo con silencio casi religioso, escuchaban lo que “A” decía. Luego de varias preguntas que “A” respondió muy serio y que el más viejo anotaba en algo parecido a un libro de actas, “Los  Gardeles”  (así les decían) se despidieron dándole la mano uno tras otro, hasta llegar al más viejo, quien pidió a “A” que firmara el libro, tras lo cual se retiró.
– ¿Qué querían Los Gardeles?, preguntó “B”.
– Lo de siempre -contestó “A”-, al tiempo que con la mano pedía un café.
– …???  – “B” lo miro sin entender.
– Lo de la foto, agrego “A” al sentarse.
– ¿Qué foto?
– La de Gardel, la que tenía “El Petiso Gomina” ¿Te acordás de “Gomina”?
– ¿El de la película?, repreguntó “B”.
– No, ese era “El Guapo Gominita”; el otro, el que cantaba tangos en “La  Pérgola”.
– Ah, el que imitaba a Gardel,  dijo “B” tocándose la frente.
– Sí, ese.
– ¿Y qué tiene que ver con “Los Gardeles”?, preguntó “B” cada vez más intrigado.
– Es una historia larga -dijo “A”, justo en el instante en que Félix, el mozo, llegaba con el pedido-.  Si pagás el café, te la cuento.
– Bueno, contame, dijo “B”, que no aguantaba la curiosidad.
“A” se quedó callado y miró al mozo que demoraba su tarea para poder escuchar.
Al sentirse descubierto, Félix se alejó protestando:
– Má… ¡qué mierda me importa lo que ustedes hablen.
“A” y “B” rieron, una vez más lograban hacerlo calentar.
– Bueno te cuento -dijo “A” y preguntó-, ¿te acordás cuándo fue la última vez que “Gomina” cantó en “La Pérgola”?
– La noche del quilombo,  contestó “B”.
– Del Gran quilombo, dirás, aclaró “A”.
– ¿Vos estabas esa noche?
– Sí, fue algo inolvidable, pero todo comenzó mucho antes, cuando el petiso se enamoró de “La Rosita”.
– ¿Rosita… Rosita?, pensó en voz alta “B”.
– Una flaca que se reía a carcajadas cuando “Gomina” le cantaba en el reservado.
– Ah, sí, la que decía “Gardel Mon Amour”, recordó “B” riendo, y reflexionando agregó: ¿Pero, cómo se enganchó con esa mina?
– Es que “Gomina” andaba “Fayo a la ternura”, ¿sabés? Y la mina era ligera, con varias peleas por el título, lo vio con la guardia baja, lo estudió un par de rounds y lo noqueó, explicó “A”, en una metáfora boxística digna de Osvaldo Cafarelli en las noches de gloria del Luna Park.
– Ah -dijo “B”, como si hubiera entendido algo, y preguntó: ¿Y eso qué tiene que ver?
– Tiene que ver -dijo “A”-, porque “Gomina” quería impresionarla, enamorarla  cantando. No te olvides que él quería ser como Gardel.
– Sí, es verdad, dijo “B”, ansioso.
– Bueno, te sigo contando, justo esa noche, el petiso andaba mal de “la gola”, imaginate, “La Rosita” entre el público y él afónico, ¡se quería morir, no sabía qué hacer! Gárgaras con vinagre, con huevo, con miel, ginebra, qué se yo, estaba desesperado.
Se metió en la piecita del fondo, ahí donde guardaban la harina. El petiso la usaba de camarín, la hizo blanquear, puso una cortina, un espejo y una foto del Zorzal, cerró con llave y empezó a rezarle a Gardel. “Maestro -le dijo-, ayudame, vos sabés bien lo que ‘La Rosita’ significa para mí. Quiero enamorarla cantando, como hacías vos, por favor,  ayudame”. Y salió.
– Pará -dijo “B”, al tiempo que se ponía de pié-, vos me estas verseando…
– No viejo, ¿por qué decís eso?
– Ese era el camarín de “Gomina”, ¿no?
– Sí, te lo dije yo, además lo sabe medio mundo…
– ¿Y se había encerrado con llave, verdad?
– Sí, ¿y qué?, respondió “A”.
– Entonces no podés decirme que el petiso se puso a rezarle a Gardel, ¿te crees que soy Gil?, ¿quién lo escuchó?
“A” dudó un instante.  “B” tenía razón, y encima lo miraba con aire sobrador.
Está bien, sentate, dijo “A” señalando la silla.
“A” miró a ambos lados para asegurarse que nadie escuchara lo que iba a  decir. Con una seña le pidió al amigo que se acercara, y dijo:
– Lo que pasó es que detrás de la cortina había un flaco con una mina,  ¿entendés?
– ¿Ah, sí…? ¿Y qué hacían?
“A” suspiró, como buscando paciencia.
– A ver… -dijo-, ¿a vos qué se te ocurre? ¿Qué podrían estar haciendo un tipo y una mina, de noche, en la piecita del fondo y atrás de una cortina?
– Aaaahhhh, respondió “B”, alargando el sonido de la vocal, y se quedó mirándolo fijamente a los ojos, mientras esbozaba una sonrisa cómplice.
– No preguntes más, es un gomia, no lo puedo deschavar.
– Está bien, seguí… (sabía  que “A” no iba a hablar)
– Cuando el petiso entró -prosiguió “A”- él le tapo la boca con la mano, y se quedaron quietos, ahí escucharon lo que te conté, después empezó el quilombo.
– Me parece verlo -siguió diciendo “A”-, “Este tango -dijo “Gomina”- se lo dedico a mi querida Rosita”. Y empezó a cantar como Gardel.
– “Acaricia mi ensueño, el suave murmullo de tu suspirar… Cómo ríe la vida, si tus ojos negros me quieren mirar….”. Al principio, se quedaron todos callados, se hizo un silencio extraordinario, como de respeto por aquella voz, pero, de a poco, empezaron  a cagarse de  risa.
El petiso seguía adelante, sonriente, ganador, un profesional. “Y si es mío el amparo, de tu risa leve, que es  como un cantar”. Ahí empezaron a tirarle de todo, aceitunas, faina, huevo duro picado, hasta media de muzzarela que casi lo decapita. Era una carcajada general, un descontrol.
Pero “Gomina”, firme, como poseído, te digo que si no lo veo, no lo creo.  “El día que me quieras, la rosa que engalana se vestirá de fiesta, con su mejor color…”. A esta altura, “Juanqui” se había agarrado a piñas con cuatro que rajaban  sin pagar. El despelote era total.
“Pepe” Benelli reía agarrándose la panza. “Cacho” Romero y “El Invisible” aplaudían desde el fondo. “Y un rayo misterioso, hará nido en tu pelo…”. La risa que más se escuchaba era la de Rosita, burlona, aguda, hiriente, fatal.
Y el petiso, como en otro mundo, seguía cantando como si estuviera en el Lido de París, era un gentleman, un dandy, no sé cómo describírtelo, un  señorito francés, delicado, con clase. Un Gardel…eso -enfatizó  “A”-. Un Gardel.
“… Luciérnaga curiosa, que verá que eres mi consuelo…”. Recién en ese instante, con el último acorde, volvió a la realidad. Vio el quilombo y se prendió, vos sabés que al petiso le gustaban los  tortazos, tenía un buen lomo y no arrugaba.
Al primero que embocó fue al que estaba con “La Rosita”, lo durmió de un gancho en la pera, después se cruzó con un gordo que venía del lado del baño y le entró a dar a la barriga, duro, de zurda. El petiso era zurdo -remarcó “A”- una, dos, tres zurdas a la panza, el gordo se doblaba y no caía, hasta que apareció Guillermo Álvarez y lo desparramó de un derechazo. Eso me extrañó, vos sabés -siguió “A”- que “Guille” es pacifista, más bien conciliador. Cuando se lo comenté, días después,  me contestó: “Es que fue por una causa noble”, y siguió fumando su habano.
Bueno, te sigo contando -dijo “A”-, apenas el gordo cayó, “Gomina” siguió repartiendo piñas por todo el boliche, no lo podían parar, estaba como loco.
“Vengan Hijos de Puta -gritaba-, vengan que me la banco”. Y era verdad.
Lo que no pudo bancarse, de verdad, lo que le aflojó las piernas y le cortó la respiración, fue el gancho al hígado del desprecio de Rosita.
La mina se paró frente a él, lo miró un instante y, antes de soltar la carcajada, dijo: “¡Qué boludo!” Y se fue.
Ese fue el cross de derecha que faltaba para derribarlo por toda la cuenta.
A “A” le gustaba hablar con metáforas boxísticas, pero aquella vez eran más acertadas que nunca, aunque le hubieran contado hasta 1.000, “Gomina” no se iba a recuperar.
Ya habían terminado de barrer, y él seguía sentado, con los brazos caídos al lado del cuerpo, como si las manos le pesaran 50 Kg. cada una, la mirada perdida, con la cabeza inclinada hacia un costado (como diría Cortázar, “Parecía un Cristo chiquito…”). Después se levantó lentamente -ya era de día-, salió caminando despacito y no volvió más.
Se quedaron en silencio, conmovidos por la historia, lo conocían bien a “Gomina”, sabían que era buen tipo y amigo fiel. Tenía su berretín, pero no molestaba a nadie, él solamente quería ser como Gardel.
Bueno -dijo “B”, como para romper aquel clima-, que se joda, ¿a quién se le ocurre hacer play back con un disco de Gardel?
– Escúchame -interrumpió “A”, tomándolo del antebrazo-, ¿vos me conocés no?
– Sí, claro, dijo “B”, un poco sorprendido.
– Te acordás que por aquella época yo vivía más en “La Pérgola” que en mi casa?
– Sí, es verdad… contestó “B”.
– Entonces escuchame bien -dijo “A”-, yo te aseguro que en “La Pérgola” no hubo nunca un disco de Gardel, ni tocadiscos, ni grabador, ni nada que se parezca, lo que esa noche se escuchó en ese boliche fue real, aquella música inconfundible y esa voz maravillosa salieron de las guitarras de aquellos muchachos y de la garganta del Petiso. Eso es lo que nadie creyó, además, cuando Gardel grabó “El día que me quieras”, lo hizo con orquesta y esa noche “Gomina” cantó con guitarras, de eso -terminó “A”, lamentándose- nadie se avivó.
– Pero… ¿entonces qué pasó?, dijo “B”.
– ¡Qué se yo! Fue como un milagro –dijo “A”-, le pidió a Gardel, y vos sabés que el Maestro era un tipo de hacer gauchadas.
– Sí -dijo “B”-, pero se le fue la mano…
– Y sí, por eso es que los muchachos no volvieron a tocar. “El Negro” Ferreya se fue del pueblo para siempre, “Kiko” Acosta quedó como asustado, no agarró una viola nunca más, y “Gomina”, ya sabés, medio colifa, dijo “A”.
– ¿Y Luisito Peña?, preguntó “B”.
– Luisito falleció, pero ese es otro tema, contestó “A”, y enseguida agregó: Voy a contarte algo que me emociona de solo pensar: Esa noche, cuando terminó el quilombo, entré a la piecita del fondo a buscar la campera, que me había olvidado arriba de las bolsas, y….
– Ahhh -interrumpió “B”-, entonces el que estaba con la minita, atrás de la cortina…
– Callate gil y escuchá… Cuando entré a la piecita, miré la foto de Gardel, la que había colgado “Gomina”, esa que “Los Gardeles” veneran y guardan como un  tesoro. ¿Y sabés que vi? Vi que a la foto de Carlitos se le piantaba un lagrimón así, se le piantaba.
FIN

Por Juan Carlos Villalba

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Los integrantes de la hermandad gardeliana (cerca de veinte veteranos empilchados a lo Gardel) se acercaron a la mesa donde conversaban “A” y “B”. Respetuosamente pidieron hablar con “A”, quien se levantó y fue con ellos hasta un apartado del café, donde comenzaron a hablar en voz baja.

“B” trataba de escuchar, pero no era posible, y debió conformarse con observar, cómo con silencio casi religioso, escuchaban lo que “A” decía. Luego de varias preguntas que “A” respondió muy serio y que el más viejo anotaba en algo parecido a un libro de actas, “Los  Gardeles”  (así les decían) se despidieron dándole la mano uno tras otro, hasta llegar al más viejo, quien pidió a “A” que firmara el libro, tras lo cual se retiró.

– ¿Qué querían Los Gardeles?, preguntó “B”.

– Lo de siempre -contestó “A”-, al tiempo que con la mano pedía un café.

– …???  – “B” lo miro sin entender.

– Lo de la foto, agrego “A” al sentarse.

– ¿Qué foto?

– La de Gardel, la que tenía “El Petiso Gomina” ¿Te acordás de “Gomina”?

– ¿El de la película?, repreguntó “B”.

– No, ese era “El Guapo Gominita”; el otro, el que cantaba tangos en “La  Pérgola”.

– Ah, el que imitaba a Gardel,  dijo “B” tocándose la frente.

– Sí, ese.

– ¿Y qué tiene que ver con “Los Gardeles”?, preguntó “B” cada vez más intrigado.

– Es una historia larga -dijo “A”, justo en el instante en que Félix, el mozo, llegaba con el pedido-.  Si pagás el café, te la cuento.

– Bueno, contame, dijo “B”, que no aguantaba la curiosidad.

“A” se quedó callado y miró al mozo que demoraba su tarea para poder escuchar.

Al sentirse descubierto, Félix se alejó protestando:

– Má… ¡qué mierda me importa lo que ustedes hablen.

“A” y “B” rieron, una vez más lograban hacerlo calentar.

– Bueno te cuento -dijo “A” y preguntó-, ¿te acordás cuándo fue la última vez que “Gomina” cantó en “La Pérgola”?

– La noche del quilombo,  contestó “B”.

– Del Gran quilombo, dirás, aclaró “A”.

– ¿Vos estabas esa noche?

– Sí, fue algo inolvidable, pero todo comenzó mucho antes, cuando el petiso se enamoró de “La Rosita”.

– ¿Rosita… Rosita?, pensó en voz alta “B”.

– Una flaca que se reía a carcajadas cuando “Gomina” le cantaba en el reservado.

– Ah, sí, la que decía “Gardel Mon Amour”, recordó “B” riendo, y reflexionando agregó: ¿Pero, cómo se enganchó con esa mina?

– Es que “Gomina” andaba “Fayo a la ternura”, ¿sabés? Y la mina era ligera, con varias peleas por el título, lo vio con la guardia baja, lo estudió un par de rounds y lo noqueó, explicó “A”, en una metáfora boxística digna de Osvaldo Cafarelli en las noches de gloria del Luna Park.

– Ah -dijo “B”, como si hubiera entendido algo, y preguntó: ¿Y eso qué tiene que ver?

– Tiene que ver -dijo “A”-, porque “Gomina” quería impresionarla, enamorarla  cantando. No te olvides que él quería ser como Gardel.

– Sí, es verdad, dijo “B”, ansioso.

– Bueno, te sigo contando, justo esa noche, el petiso andaba mal de “la gola”, imaginate, “La Rosita” entre el público y él afónico, ¡se quería morir, no sabía qué hacer! Gárgaras con vinagre, con huevo, con miel, ginebra, qué se yo, estaba desesperado.

Se metió en la piecita del fondo, ahí donde guardaban la harina. El petiso la usaba de camarín, la hizo blanquear, puso una cortina, un espejo y una foto del Zorzal, cerró con llave y empezó a rezarle a Gardel. “Maestro -le dijo-, ayudame, vos sabés bien lo que ‘La Rosita’ significa para mí. Quiero enamorarla cantando, como hacías vos, por favor,  ayudame”. Y salió.

– Pará -dijo “B”, al tiempo que se ponía de pié-, vos me estas verseando…

– No viejo, ¿por qué decís eso?

– Ese era el camarín de “Gomina”, ¿no?

– Sí, te lo dije yo, además lo sabe medio mundo…

– ¿Y se había encerrado con llave, verdad?

– Sí, ¿y qué?, respondió “A”.

– Entonces no podés decirme que el petiso se puso a rezarle a Gardel, ¿te crees que soy Gil?, ¿quién lo escuchó?

“A” dudó un instante.  “B” tenía razón, y encima lo miraba con aire sobrador.

Está bien, sentate, dijo “A” señalando la silla.

“A” miró a ambos lados para asegurarse que nadie escuchara lo que iba a  decir. Con una seña le pidió al amigo que se acercara, y dijo:

– Lo que pasó es que detrás de la cortina había un flaco con una mina,  ¿entendés?

– ¿Ah, sí…? ¿Y qué hacían?

“A” suspiró, como buscando paciencia.

– A ver… -dijo-, ¿a vos qué se te ocurre? ¿Qué podrían estar haciendo un tipo y una mina, de noche, en la piecita del fondo y atrás de una cortina?

– Aaaahhhh, respondió “B”, alargando el sonido de la vocal, y se quedó mirándolo fijamente a los ojos, mientras esbozaba una sonrisa cómplice.

– No preguntes más, es un gomia, no lo puedo deschavar.

– Está bien, seguí… (sabía  que “A” no iba a hablar)

– Cuando el petiso entró -prosiguió “A”- él le tapo la boca con la mano, y se quedaron quietos, ahí escucharon lo que te conté, después empezó el quilombo.

– Me parece verlo -siguió diciendo “A”-, “Este tango -dijo “Gomina”- se lo dedico a mi querida Rosita”. Y empezó a cantar como Gardel.

– “Acaricia mi ensueño, el suave murmullo de tu suspirar… Cómo ríe la vida, si tus ojos negros me quieren mirar….”. Al principio, se quedaron todos callados, se hizo un silencio extraordinario, como de respeto por aquella voz, pero, de a poco, empezaron  a cagarse de  risa.

El petiso seguía adelante, sonriente, ganador, un profesional. “Y si es mío el amparo, de tu risa leve, que es  como un cantar”. Ahí empezaron a tirarle de todo, aceitunas, faina, huevo duro picado, hasta media de muzzarela que casi lo decapita. Era una carcajada general, un descontrol.

Pero “Gomina”, firme, como poseído, te digo que si no lo veo, no lo creo.  “El día que me quieras, la rosa que engalana se vestirá de fiesta, con su mejor color…”. A esta altura, “Juanqui” se había agarrado a piñas con cuatro que rajaban  sin pagar. El despelote era total.

“Pepe” Benelli reía agarrándose la panza. “Cacho” Romero y “El Invisible” aplaudían desde el fondo. “Y un rayo misterioso, hará nido en tu pelo…”. La risa que más se escuchaba era la de Rosita, burlona, aguda, hiriente, fatal.

Y el petiso, como en otro mundo, seguía cantando como si estuviera en el Lido de París, era un gentleman, un dandy, no sé cómo describírtelo, un  señorito francés, delicado, con clase. Un Gardel…eso -enfatizó  “A”-. Un Gardel.

“… Luciérnaga curiosa, que verá que eres mi consuelo…”. Recién en ese instante, con el último acorde, volvió a la realidad. Vio el quilombo y se prendió, vos sabés que al petiso le gustaban los  tortazos, tenía un buen lomo y no arrugaba.

Al primero que embocó fue al que estaba con “La Rosita”, lo durmió de un gancho en la pera, después se cruzó con un gordo que venía del lado del baño y le entró a dar a la barriga, duro, de zurda. El petiso era zurdo -remarcó “A”- una, dos, tres zurdas a la panza, el gordo se doblaba y no caía, hasta que apareció Guillermo Álvarez y lo desparramó de un derechazo. Eso me extrañó, vos sabés -siguió “A”- que “Guille” es pacifista, más bien conciliador. Cuando se lo comenté, días después,  me contestó: “Es que fue por una causa noble”, y siguió fumando su habano.

Bueno, te sigo contando -dijo “A”-, apenas el gordo cayó, “Gomina” siguió repartiendo piñas por todo el boliche, no lo podían parar, estaba como loco.

“Vengan Hijos de Puta -gritaba-, vengan que me la banco”. Y era verdad.

Lo que no pudo bancarse, de verdad, lo que le aflojó las piernas y le cortó la respiración, fue el gancho al hígado del desprecio de Rosita.

La mina se paró frente a él, lo miró un instante y, antes de soltar la carcajada, dijo: “¡Qué boludo!” Y se fue.

Ese fue el cross de derecha que faltaba para derribarlo por toda la cuenta.

A “A” le gustaba hablar con metáforas boxísticas, pero aquella vez eran más acertadas que nunca, aunque le hubieran contado hasta 1.000, “Gomina” no se iba a recuperar.

Ya habían terminado de barrer, y él seguía sentado, con los brazos caídos al lado del cuerpo, como si las manos le pesaran 50 Kg. cada una, la mirada perdida, con la cabeza inclinada hacia un costado (como diría Cortázar, “Parecía un Cristo chiquito…”). Después se levantó lentamente -ya era de día-, salió caminando despacito y no volvió más.

Se quedaron en silencio, conmovidos por la historia, lo conocían bien a “Gomina”, sabían que era buen tipo y amigo fiel. Tenía su berretín, pero no molestaba a nadie, él solamente quería ser como Gardel.

Bueno -dijo “B”, como para romper aquel clima-, que se joda, ¿a quién se le ocurre hacer play back con un disco de Gardel?

– Escúchame -interrumpió “A”, tomándolo del antebrazo-, ¿vos me conocés no?

– Sí, claro, dijo “B”, un poco sorprendido.

– Te acordás que por aquella época yo vivía más en “La Pérgola” que en mi casa?

– Sí, es verdad… contestó “B”.

– Entonces escuchame bien -dijo “A”-, yo te aseguro que en “La Pérgola” no hubo nunca un disco de Gardel, ni tocadiscos, ni grabador, ni nada que se parezca, lo que esa noche se escuchó en ese boliche fue real, aquella música inconfundible y esa voz maravillosa salieron de las guitarras de aquellos muchachos y de la garganta del Petiso. Eso es lo que nadie creyó, además, cuando Gardel grabó “El día que me quieras”, lo hizo con orquesta y esa noche “Gomina” cantó con guitarras, de eso -terminó “A”, lamentándose- nadie se avivó.

– Pero… ¿entonces qué pasó?, dijo “B”.

– ¡Qué se yo! Fue como un milagro –dijo “A”-, le pidió a Gardel, y vos sabés que el Maestro era un tipo de hacer gauchadas.

– Sí -dijo “B”-, pero se le fue la mano…

– Y sí, por eso es que los muchachos no volvieron a tocar. “El Negro” Ferreya se fue del pueblo para siempre, “Kiko” Acosta quedó como asustado, no agarró una viola nunca más, y “Gomina”, ya sabés, medio colifa, dijo “A”.

– ¿Y Luisito Peña?, preguntó “B”.

– Luisito falleció, pero ese es otro tema, contestó “A”, y enseguida agregó: Voy a contarte algo que me emociona de solo pensar: Esa noche, cuando terminó el quilombo, entré a la piecita del fondo a buscar la campera, que me había olvidado arriba de las bolsas, y….

– Ahhh -interrumpió “B”-, entonces el que estaba con la minita, atrás de la cortina…

– Callate gil y escuchá… Cuando entré a la piecita, miré la foto de Gardel, la que había colgado “Gomina”, esa que “Los Gardeles” veneran y guardan como un  tesoro. ¿Y sabés que vi? Vi que a la foto de Carlitos se le piantaba un lagrimón así, se le piantaba.

FIN

Yael Duckwen

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