El Impenetrable Chaqueño parece ser la sombra de Famatina y de todos los pueblos alcanzados por la mega minería. Por Jorge A. Derra.
¿Que distancia puede haber en kilómetros entre Famatina y Juan José Castelli, en la provincia del chaco? Más de mil, seguro. Sin embargo, Castelli, es decir, El Impenetrable Chaqueño, parece ser la sombra de Famatina y de todos los pueblos alcanzados por la mega minería.
Esa sombra camina por delante, es un anuncio desgarrador, lleva más de cien años dando testimonio del saqueo al que hoy se enfrentan los incomparables paisajes cordilleranos, su flora, su fauna, sus habitantes, su historia, su riqueza natural y cultural.
A fines del siglo XIX y principios del siglo XX, hasta promediar este último, se implementó una vergonzosa política de destrucción de lo que se conoce como el chaco argentino, abarcando las provincias de Salta, Chaco, norte de Santa Fe y noroeste de Santiago del Estero.
El obscuro objeto del deseo estaba representado por dos elementos esenciales para la industria y la tecnología del momento. Por un lado, el tanino, una sustancia natural, imprescindible para curtir los cueros y las pieles que abrigaran los cuerpos de las bellas mujeres europeas, las esposas de los magnates, sus madres, sus hijas, sus amantes y concubinas y, por qué no, ellos mismos. Eran los usufructuantes de la roja savia, que corría por las venas del más bravo de los árboles de esos esplendorosos montes.
Desangrados hasta la muerte, los bravos quebrachos eran talados y aserrados para hacer los durmientes que necesitaba la explosiva extensión del ferrocarril por el mundo entero. Su sangre tanínica para curtir pieles y cueros, su madera portentosa para sostener los rieles del desarrollo ferroviario y una tragedia humana, extendida en el tiempo hasta el día de hoy, es el aporte que los bosques del impenetrable y zonas vecinas hicieron al desarrollo de las provincias y de la Nación.
En realidad, quienes se quedaron con la parte del león, como siempre, fueron los poderosos empresarios extranjeros. Contingentes de hacheros hambrientos, recluidos en el medio del monte, exentos de los mínimos derechos como trabajadores y como seres humanos, fueron sometidos a las más repugnantes prácticas con la excusa de estar aportando a la grandeza de la patria, aunque lo único que hacían era posibilitar el saqueo de los recursos naturales y de sus propias vidas.
Agotados los filones más prósperos, los saqueadores se fugaron del lugar y del país mismo, dejaron tras de sí un páramo de desolación, hambre, miseria y desnutrición, que hasta el día de hoy nos golpea.
La pérdida de las riquezas madereras, la desertificación, el abandono en medio de un desierto de vinales y tierra yerma es la postal que la forestal le dejó a la región.
Como una condena atávica y secular, hoy la historia se repite. Ya no buscan tanino y durmientes en el Chaco: ahora buscan oro, plata y otros metales en la montaña. La propuesta es la misma: el saqueo y el rapiñaje ya no son hacheros hambrientos, hoy son mineros abandonados, son pueblos hundidos en el olvido y el desinterés, los rehenes de los nuevos capangas de la Barrick y la Osisko.
Quizás dentro de algunas décadas, algún programa de televisión nos hagan llegar las imágenes terribles de niños de 12 años que parecen de 4, barrigones, famélicos, muriéndose en un espectáculo televisado a todo el país, por Telenoche Investiga. Ya no serán los tobas del Chaco, tal vez sean los huarpes de San Juan, o los lules de Tucumán o algún gringuito asentado en esas tierras. Qué importa, la historia es la misma, el saqueo es el mismo, los cómplices los mismos, las víctimas las mismas.
Ayer la forestal, hoy la Barrick. El mismo perro, el mismo collar.
Por Jorge A. Derra
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