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Cumple 95 años el ingeniero Canio Iacouzzi, un “prócer” escobarense

Nació en Italia y llegó al país a los 33 años. Fue uno de los fundadores del distrito y participó en diversas instituciones. En 2004 se lo declaró ciudadano ilustre.

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Nacido en Ruoti, provincia de Potenza, el 6 de diciembre de 1916, el ingeniero Canio Nicola Iacouzzi tenía 33 años cuando desembarcó en nuestro país, huyendo de la hambruna europea que dejó la Segunda Guerra Mundial, en la que combatió en el frente ruso siendo sargento del ejército italiano aliado al nazismo alemán.
Pese a haber llegado casi accidentalmente a Belén de Escobar, el destino que le vio a su vida terminó convirtiéndolo aún más que en un referente social de la ciudad nacional de la flor. Su participación en la fundación y consolidación de diversas instituciones intermedias  así como su activo rol en la Comisión Pro Creación del Partido de Escobar, entre 1958 y 1959, lo sitúan en un destacado lugar de la galería de personajes de nuestra historia.
Su actuación en la comunidad le valió varias distinciones. Fue condecorado como “Cavaliere della República Italiana” (1992), “Ciudadano ilustre del partido de Escobar” (2004) y “Mayor notable argentino” (2005).
Hoy circunscripto por su edad a pasar casi todo el tiempo en su casa de la calle Colón y con la pena de ya no contar con la compañía de la compañera de toda su vida -Italia Búccico Salinardi-, Canio Iacouzzi cumple nada menos que 95 años. Sobrado motivo para que sus innumerables conocidos y afectos le hagan una caricia en el corazón con un cálido saludo.
En ese marco, la ocasión también es propicia para reproducir la última entrevista que un medio le realizara al ingeniero Iacouzzi. Fue la revista DIA 32, en octubre de 2009, en una charla en la que volcó las memorias de su vida y su mirada de los acontecimientos que lo tuvieron por protagonista.
“Escobar está dormido, este camino no nos lleva a nada”
En la historia de Escobar de las últimas cinco décadas, su nombre aparece a cada página, generalmente ligado a la creación de alguna institución. Sin embargo, el ingeniero Canio Nicola Iacouzzi tenía 33 años y apenas si sabía dónde quedaba Argentina.
Ahuyentado por la miseria de su Italia natal de posguerra, y con una familia que mantener, llegó al país en 1949 y al año siguiente recaló en Escobar. Poco después, sin darse cuenta, empezó a convertirse en uno de los “hombres imprescindibles” de los que habla Bertolt Brecht.
Entre otras participaciones sociales trascendentes, integró la Comisión Pro Creación del partido de Escobar, en la que tuvo a su cargo el trazo de la geografía del distrito. Injustamente, el 8 de octubre pasó sin que su palabra se escuchara en los actos oficiales.
Por eso, DIA 32 tocó el timbre de su casa de la calle Colón, donde vive desde 1954, y las puertas se abrieron de par en par.
“No me quiero llevar nada al otro lado, lo quiero dejar todo aquí”, aclaró a sus visitantes apenas se encendió la luz roja del grabador. Con 92 años y una lucidez que impacta, Canio Iacouzzi tiene mucho para contar.
¿Cuál es la fórmula para tener tanta vitalidad a su edad?
No he tenido una vida fácil, solamente pensar en la campaña rusa es algo terrorífico. Quizás sea porque soy creyente, pero siempre sentí que algo alimentaba mi fe de que me iba a salvar. Creo que el sacrificio, si está hecho en condiciones anímicas no completamente negativas, porque si no uno se va al bombo, también ayuda a vivir.
Pero lo más importante es tener una vida sana. La gente piensa que por tener un físico a su disposición puede hacer lo que quiere. Y ahí está el error más grande: lo que tenemos es regalo de la divina providencia, es un capital que debemos saber administrar.
¿Pensó hasta qué edad le gustaría seguir viviendo?
No me interesa, estoy bien, siempre ocupado con algo. Eso es muy importante, no hay que oxidarse. Recuerdo que cuando me llegó la jubilación quedé un poco contrariado. Fue tremendo. Pero yo había dicho que jamás iba a ir a sentarme al banco de la plaza. Y lo primero que hice fue dedicarme a la cría de chinchillas, algo realmente maravilloso.
¿Cómo era su vida en Italia, allá por los años ‘40?
Yo abandoné mis estudios, después los retomé y me recibí en 1948. Cuando tuve el título me pareció haber tocado el cielo con el dedo, pensaba que había resuelto todos mis problemas. Pero ahí empezaron. Estaba casado, con dos hijos y la situación de Italia en 1949 era desastrosa. Teníamos estampitas que se cambiaban por alimento y con eso había que vivir. Busqué trabajo por todos lados, deshojé toda la margarita y no sabía qué hacer.
¿Cuándo decidió dejar su país?
Mi cuñado había venido acá en 1948, como empleado del Banco de Nápoli, que después desapareció. Al año siguiente le envío los documentos a mi hermana para traerla y ahí se me prendió la luz: le pedí que nos prepare los papeles para que también podamos venir con mi señora y mis hijos. En mi familia se armó un batifondo terrible, cinco de los catorce que éramos nos íbamos de golpe.
¿Cuál fue su primer destino en Argentina?
Al primer tiempo fui a parar a Lanús Oeste, donde viví unos ocho meses, hasta que conseguí alquilar una casa en Escobar. Me levantaba todos los días a las 4 de la mañana para llegar acá a las 7, a una fábrica de ladrillo hueco. A los chicos los veía los domingos, porque hasta los sábados trabajaba. Al comienzo fue una vida bastante dura.
¿Qué determinó su llegada a Escobar?
En el viaje de Italia a Argentina trabamos amistad con una mujer de 80 años a la que llamábamos “La Nonina”, o sea, la abuelita. Se encariñó de mis hijos, Ivo y Julia, y hablábamos mucho. Cuando le dije que yo no tenía casa en Argentina me aconsejó que volviera hacia atrás, que no deje mi país. Fue como si me tirara un balde de agua fría en la cabeza. Cuando llegamos nos saludamos, me dio la dirección de su casa y me dijo que iba a hacer lo que pudiera por mí. Y lo hizo: un día vino a Lanús para contarme que unos parientes suyos iban a hacer una fábrica de cerámicas en Escobar y querían tener una charla conmigo. Así fue que nos encontramos y el 1° de marzo de 1950 llegué por primera vez a Escobar. Recuerdo que me trajeron en Jeep y no llegábamos nunca. Yo decía, ¿adónde me llevan?
¿Qué extraña de Italia?
Mi pueblo, donde nací. Aunque estoy en contacto continuo, me llaman cuatro o cinco veces por día. Pero no iría a vivir allá. La última vez que fui, en 1991, me encontré con mis familiares y con un ejército de extraños, hablan otro lenguaje y tienen otras costumbres. Acá estoy muy bien, cuando nos reunimos todos somos casi treinta. Todos los días, a la mañana, tengo en casa una tertulia familiar, porque siempre cae algún nieto a desayunar.
¿Qué lo impulsó a involucrarse tanto en el desarrollo de Escobar, fundamentalmente a partir de su participación en las entidades intermedias?
Si bien, ante todo, hay que tener cierta disposición, yo tenía problemas serios. Había llegado aquí con un título universitario cuando todo el mundo era ingeniero, yo era un miserable desconocido. Durante un tiempo me adapté a esa situación.
Después, por el doctor Travi entré en el club Independiente, donde encontré a Lambertuchi, que me llevó a hacer la pileta y fue todo así, como un rosario. Vi que eso me permitía salir del anonimato y entonces me dediqué de lleno. Aparte, me encontraba bien.
¿Se considera un poco “padre” de Escobar?
Me parece demasiada responsabilidad, una exageración. Prefiero la palabra benefactor.
¿Hay algo que desmitificar de la creación del partido de Escobar?
La idea nació y se gestó en Belén de Escobar. El partido de Escobar estaba representado únicamente por la junta ejecutiva, los demás integrantes de la comisión eran representantes, pero no cumplían ninguna función. Para nosotros no tenía tanta importancia lo que estábamos haciendo, era un trabajo. Ni siquiera sabíamos si íbamos a poder independizarnos de Pilar.
¿O sea que no había una idea sobre qué tipo de distrito querían que sea?
La idea rectora fue independizarse del partido de Pilar, que nos tenía agobiados con los impuestos. Escobar era un hervidero de necesidades.
¿Quién fue más influyente o tuvo mayores méritos en la Comisión Pro
Creación de Escobar?
El que puso empeño en serio fue el ingeniero Carboni, a quien no se le ha dado ninguna trascendencia. Es una lástima. Realmente era el líder de la comisión, se metía en la punta de la barra del carro y tiraba y tiraba. Nosotros seguíamos.
¿Pilar ejerció algún tipo de presión política para que Escobar no lograra independizarse?
No, no. Nosotros tuvimos que tocar a los partidos de Pilar, Exaltación de la Cruz, Tigre y Campana, y todos nos dieron un pedacito. Con los distritos vecinos no tuvimos problemas. Sí los tuvimos con los propietarios a quienes les habíamos dividido la propiedad. Al final, cuando después de hacer tres o cuatro dibujos comprobamos que siempre afectábamos algún interés, el ingeniero Carboni, con justa razón, dijo basta y definimos el dibujo de Escobar.
¿Cree que Garín se tendría que independizar de Escobar?
Ese es un sueño muy viejo. Lo que pasa es que Garín tiene un capital industrial poderosísimo, cosa que no tiene Escobar. El día que Garín se independice, Escobar se va a perder una entrada fenomenal.
Usted que los vio pasar a todos, ¿con qué intendente se queda?
El mejor fue Alberto Ferrari Marín, sin dudas. Se preocupó seriamente de Escobar, sin intereses personales. Oscar Larghi era un tipo íntegro, pero no tuvo capacidad para hacer cosas y no dejó rastros.
¿Cómo ve a este Escobar con medio siglo encima?
En los años ‘50, ‘60 y hasta ’70, cuando había un problema siempre salía una persona que se metía al frente del carro y las otras lo seguían. Ahora esto no pasa. Hoy Escobar adolece de un montón de cosas: tiene la arenera, que es un cáncer, carece de un plan regulador y todo se construye al tún tún. En una manzana encajan tres torres sin tener idea de los problemas que van a traer porque no existe la estructura necesaria. Pero la mayoría de la gente se siente cómoda, porque tiene el boliche, el bar y toda clase de diversiones. Le importa tres pepinos todo lo que pasa. Mientras tanto, los intendentes de turno tapan los baches y afanan la plata sin hacer nada sustancioso. No quiero ser agorero, pero este camino no conduce a nada, no hay siquiera una lucecita al final del túnel. Hace falta una persona equilibrada que surja de la nada y convoque.
Hoy Escobar está dormido.
¿Cuándo empezó a advertir que se cambiaba el rumbo?
Después de los ’80 se produjo una evolución de proporciones geométricas que agarró desprevenidos y faltos de preparación a los habitantes de Escobar. La evolución no tiene por qué ser traumática. Como dicen los romanos, la naturaleza no da saltos, va despacito. Dante, en “La Divina Comedia”, dijo algo muy interesante: “Quien va demasiado arriba rápidamente, después cae precipitadamente”.
¿Qué puede contar de su experiencia en la Segunda Guerra Mundial?
Yo había tenido la suerte de tener un hijo cinco años después de haberme casado, pedí una licencia y no me la dieron. Después me explicaron que si me iba a mi casa no volvía más. Nos subieron al tren sin decirnos a dónde íbamos. Salimos de Italia, atravesamos Austria y llegamos a Berlín, desde donde fuimos a Varsovia y de ahí al norte de Rusia. La guerra habría que borrarla del mapa. Si hay que matar cientos de miles de personas para que después se pongan de acuerdo, estamos todos drogados.
¿Qué imágenes le quedaron grabadas?
En la línea de fuego se desarrolla lo que se llama espíritu de conservación, que es tremendo. Una noche había que llevar unas bolsas de pan a los que estaban más adelante y cruzando el camino escuchábamos una voz italiana que nos pedía auxilio. No sabíamos qué hacer, porque había muchos rusos que hablaban italiano. Al final, aunque el tipo gritaba, decidimos seguir derecho. Uno no se olvida más de esos recuerdos. Hasta le dediqué un poema en mi libro “Miscelánea”.
¿Deja una guerra, aunque sea amargamente, algún aprendizaje a nivel personal?
La verdad que no he tenido tiempo de pensarlo. De vez en cuando he tenido algunos recuerdos, pero llegaban y se desvanecían. Son cosas que forman parte del ajuar de cada uno. Me resulta difícil explicarlo.
¿Cuánto se piensa en la familia estando ahí?
Constantemente.
¿Qué mensaje le gustaría dejar para las futuras generaciones?
A los jóvenes de hoy les diría que en algún momento de sus vidas, después de haber actuado en sus cosas, a los 50 ó 60 años, pongan en una criba grande todo lo que les haya pasado en ese tiempo y vean qué queda arriba. Para mí, lo que queda arriba es la familia.

Canio lleva con elegancia y lucidez sus 95 años.

Nacido en Ruoti, provincia de Potenza, el 6 de diciembre de 1916, el ingeniero Canio Nicola Iacouzzi tenía 33 años cuando desembarcó en nuestro país, huyendo de la hambruna europea que dejó la Segunda Guerra Mundial, en la que combatió en el frente ruso siendo sargento del ejército italiano aliado al nazismo alemán.

Pese a haber llegado casi accidentalmente a Belén de Escobar, el destino que le vio a su vida terminó convirtiéndolo aún más que en un referente social de la ciudad nacional de la flor. Su participación en la fundación y consolidación de diversas instituciones intermedias, así como su activo rol en la Comisión Pro Creación del Partido de Escobar -entre 1958 y 1959- lo sitúan en un destacado lugar de la galería de personajes de nuestra historia.

Su actuación en la comunidad le valió varias distinciones. Fue condecorado como “Cavaliere della República Italiana” (1992), “Ciudadano ilustre del partido de Escobar” (2004) y “Mayor notable argentino” (2005).

Hoy circunscripto por su edad a pasar casi todo el tiempo en su casa de la calle Colón y con la pena de ya no contar con la compañía de la compañera de toda su vida -Italia Búccico Salinardi-, Canio Iacouzzi cumple nada menos que 95 años. Sobrado motivo para que sus innumerables conocidos y afectos le hagan una caricia en el corazón con un cálido saludo.

En ese marco, la ocasión también es propicia para reproducir la última entrevista que un medio le realizara al ingeniero Iacouzzi. Fue la revista DIA 32, en octubre de 2009, en una charla en la que volcó las memorias de su vida y su mirada de los acontecimientos que lo tuvieron por protagonista.

“Escobar está dormido, este camino no nos lleva a nada”

En la historia de Escobar de las últimas cinco décadas, su nombre aparece a cada página, generalmente ligado a la creación de alguna institución. Sin embargo, el ingeniero Canio Nicola Iacouzzi tenía 33 años y apenas si sabía dónde quedaba Argentina.

Ahuyentado por la miseria de su Italia natal de posguerra, y con una familia que mantener, llegó al país en 1949 y al año siguiente recaló en Escobar. Poco después, sin darse cuenta, empezó a convertirse en uno de los “hombres imprescindibles” de los que habla Bertolt Brecht.

Entre otras participaciones sociales trascendentes, integró la Comisión Pro Creación del partido de Escobar, en la que tuvo a su cargo el trazo de la geografía del distrito. Injustamente, el 8 de octubre pasó sin que su palabra se escuchara en los actos oficiales.

Por eso, DIA 32 tocó el timbre de su casa de la calle Colón, donde vive desde 1954, y las puertas se abrieron de par en par.

“No me quiero llevar nada al otro lado, lo quiero dejar todo aquí”, aclaró a sus visitantes apenas se encendió la luz roja del grabador. Con 92 años y una lucidez que impacta, Canio Iacouzzi tiene mucho para contar.

– ¿Cuál es la fórmula para tener tanta vitalidad a su edad?

– No he tenido una vida fácil, solamente pensar en la campaña rusa es algo terrorífico. Quizás sea porque soy creyente, pero siempre sentí que algo alimentaba mi fe de que me iba a salvar. Creo que el sacrificio, si está hecho en condiciones anímicas no completamente negativas, porque si no uno se va al bombo, también ayuda a vivir. Pero lo más importante es tener una vida sana. La gente piensa que por tener un físico a su disposición puede hacer lo que quiere. Y ahí está el error más grande: lo que tenemos es regalo de la divina providencia, es un capital que debemos saber administrar.

– ¿Pensó hasta qué edad le gustaría seguir viviendo?

– No me interesa, estoy bien, siempre ocupado con algo. Eso es muy importante, no hay que oxidarse. Recuerdo que cuando me llegó la jubilación quedé un poco contrariado. Fue tremendo. Pero yo había dicho que jamás iba a ir a sentarme al banco de la plaza. Y lo primero que hice fue dedicarme a la cría de chinchillas, algo realmente maravilloso.

– ¿Cómo era su vida en Italia, allá por los años ‘40?

– Yo abandoné mis estudios, después los retomé y me recibí en 1948. Cuando tuve el título me pareció haber tocado el cielo con el dedo, pensaba que había resuelto todos mis problemas. Pero ahí empezaron. Estaba casado, con dos hijos y la situación de Italia en 1949 era desastrosa. Teníamos estampitas que se cambiaban por alimento y con eso había que vivir. Busqué trabajo por todos lados, deshojé toda la margarita y no sabía qué hacer.

– ¿Cuándo decidió dejar su país?

– Mi cuñado había venido acá en 1948, como empleado del Banco de Nápoli, que después desapareció. Al año siguiente le envío los documentos a mi hermana para traerla y ahí se me prendió la luz: le pedí que nos prepare los papeles para que también podamos venir con mi señora y mis hijos. En mi familia se armó un batifondo terrible, cinco de los catorce que éramos nos íbamos de golpe.

– ¿Cuál fue su primer destino en Argentina?

– Al primer tiempo fui a parar a Lanús Oeste, donde viví unos ocho meses, hasta que conseguí alquilar una casa en Escobar. Me levantaba todos los días a las 4 de la mañana para llegar acá a las 7, a una fábrica de ladrillo hueco. A los chicos los veía los domingos, porque hasta los sábados trabajaba. Al comienzo fue una vida bastante dura.

– ¿Qué determinó su llegada a Escobar?

– En el viaje de Italia a Argentina trabamos amistad con una mujer de 80 años a la que llamábamos “La Nonina”, o sea, la abuelita. Se encariñó de mis hijos, Ivo y Julia, y hablábamos mucho. Cuando le dije que yo no tenía casa en Argentina me aconsejó que volviera hacia atrás, que no deje mi país. Fue como si me tirara un balde de agua fría en la cabeza. Cuando llegamos nos saludamos, me dio la dirección de su casa y me dijo que iba a hacer lo que pudiera por mí. Y lo hizo: un día vino a Lanús para contarme que unos parientes suyos iban a hacer una fábrica de cerámicas en Escobar y querían tener una charla conmigo. Así fue que nos encontramos y el 1° de marzo de 1950 llegué por primera vez a Escobar. Recuerdo que me trajeron en Jeep y no llegábamos nunca. Yo decía, ¿adónde me llevan?

– ¿Qué extraña de Italia?

– Mi pueblo, donde nací. Aunque estoy en contacto continuo, me llaman cuatro o cinco veces por día. Pero no iría a vivir allá. La última vez que fui, en 1991, me encontré con mis familiares y con un ejército de extraños, hablan otro lenguaje y tienen otras costumbres. Acá estoy muy bien, cuando nos reunimos todos somos casi treinta. Todos los días, a la mañana, tengo en casa una tertulia familiar, porque siempre cae algún nieto a desayunar.

– ¿Qué lo impulsó a involucrarse tanto en el desarrollo de Escobar, fundamentalmente a partir de su participación en las entidades intermedias?

– Si bien, ante todo, hay que tener cierta disposición, yo tenía problemas serios. Había llegado aquí con un título universitario cuando todo el mundo era ingeniero, yo era un miserable desconocido. Durante un tiempo me adapté a esa situación. Después, por el doctor Travi entré en el club Independiente, donde encontré a Lambertuchi, que me llevó a hacer la pileta y fue todo así, como un rosario. Vi que eso me permitía salir del anonimato y entonces me dediqué de lleno. Aparte, me encontraba bien.

– ¿Se considera un poco “padre” de Escobar?

– Me parece demasiada responsabilidad, una exageración. Prefiero la palabra benefactor.

– ¿Hay algo que desmitificar de la creación del partido de Escobar?

– La idea nació y se gestó en Belén de Escobar. El partido de Escobar estaba representado únicamente por la junta ejecutiva, los demás integrantes de la comisión eran representantes, pero no cumplían ninguna función. Para nosotros no tenía tanta importancia lo que estábamos haciendo, era un trabajo. Ni siquiera sabíamos si íbamos a poder independizarnos de Pilar.

– ¿O sea que no había una idea sobre qué tipo de distrito querían que sea?

– La idea rectora fue independizarse del partido de Pilar, que nos tenía agobiados con los impuestos. Escobar era un hervidero de necesidades.

– ¿Quién fue más influyente o tuvo mayores méritos en la Comisión Pro Creación de Escobar?

– El que puso empeño en serio fue el ingeniero Carboni, a quien no se le ha dado ninguna trascendencia. Es una lástima. Realmente era el líder de la comisión, se metía en la punta de la barra del carro y tiraba y tiraba. Nosotros seguíamos.

– ¿Pilar ejerció algún tipo de presión política para que Escobar no lograra independizarse?

– No, no. Nosotros tuvimos que tocar a los partidos de Pilar, Exaltación de la Cruz, Tigre y Campana, y todos nos dieron un pedacito. Con los distritos vecinos no tuvimos problemas. Sí los tuvimos con los propietarios a quienes les habíamos dividido la propiedad. Al final, cuando después de hacer tres o cuatro dibujos comprobamos que siempre afectábamos algún interés, el ingeniero Carboni, con justa razón, dijo basta y definimos el dibujo de Escobar.

– ¿Cree que Garín se tendría que independizar de Escobar?

– Ese es un sueño muy viejo. Lo que pasa es que Garín tiene un capital industrial poderosísimo, cosa que no tiene Escobar. El día que Garín se independice, Escobar se va a perder una entrada fenomenal.

– Usted que los vio pasar a todos, ¿con qué intendente se queda?

– El mejor fue Alberto Ferrari Marín, sin dudas. Se preocupó seriamente de Escobar, sin intereses personales. Oscar Larghi era un tipo íntegro, pero no tuvo capacidad para hacer cosas y no dejó rastros.

– ¿Cómo ve a este Escobar con medio siglo encima?

– En los años ‘50, ‘60 y hasta ’70, cuando había un problema siempre salía una persona que se metía al frente del carro y las otras lo seguían. Ahora esto no pasa. Hoy Escobar adolece de un montón de cosas: tiene la arenera, que es un cáncer, carece de un plan regulador y todo se construye al tún tún. En una manzana encajan tres torres sin tener idea de los problemas que van a traer porque no existe la estructura necesaria. Pero la mayoría de la gente se siente cómoda, porque tiene el boliche, el bar y toda clase de diversiones. Le importa tres pepinos todo lo que pasa. Mientras tanto, los intendentes de turno tapan los baches y afanan la plata sin hacer nada sustancioso. No quiero ser agorero, pero este camino no conduce a nada, no hay siquiera una lucecita al final del túnel. Hace falta una persona equilibrada que surja de la nada y convoque. Hoy Escobar está dormido.

– ¿Cuándo empezó a advertir que se cambiaba el rumbo?

– Después de los ’80 se produjo una evolución de proporciones geométricas que agarró desprevenidos y faltos de preparación a los habitantes de Escobar. La evolución no tiene por qué ser traumática. Como dicen los romanos, la naturaleza no da saltos, va despacito. Dante, en “La Divina Comedia”, dijo algo muy interesante: “Quien va demasiado arriba rápidamente, después cae precipitadamente”.

– ¿Qué puede contar de su experiencia en la Segunda Guerra Mundial?

– Yo había tenido la suerte de tener un hijo cinco años después de haberme casado, pedí una licencia y no me la dieron. Después me explicaron que si me iba a mi casa no volvía más. Nos subieron al tren sin decirnos a dónde íbamos. Salimos de Italia, atravesamos Austria y llegamos a Berlín, desde donde fuimos a Varsovia y de ahí al norte de Rusia. La guerra habría que borrarla del mapa. Si hay que matar cientos de miles de personas para que después se pongan de acuerdo, estamos todos drogados.

– ¿Qué imágenes le quedaron grabadas?

– En la línea de fuego se desarrolla lo que se llama espíritu de conservación, que es tremendo. Una noche había que llevar unas bolsas de pan a los que estaban más adelante y cruzando el camino escuchábamos una voz italiana que nos pedía auxilio. No sabíamos qué hacer, porque había muchos rusos que hablaban italiano. Al final, aunque el tipo gritaba, decidimos seguir derecho. Uno no se olvida más de esos recuerdos. Hasta le dediqué un poema en mi libro “Miscelánea”.

– ¿Deja una guerra, aunque sea amargamente, algún aprendizaje a nivel personal?

– La verdad que no he tenido tiempo de pensarlo. De vez en cuando he tenido algunos recuerdos, pero llegaban y se desvanecían. Son cosas que forman parte del ajuar de cada uno. Me resulta difícil explicarlo.

– ¿Cuánto se piensa en la familia estando ahí?

– Constantemente.

– ¿Qué mensaje le gustaría dejar para las futuras generaciones?

– A los jóvenes de hoy les diría que en algún momento de sus vidas, después de haber actuado en sus cosas, a los 50 ó 60 años, pongan en una criba grande todo lo que les haya pasado en ese tiempo y vean qué queda arriba. Para mí, lo que queda arriba es la familia.

Yael Duckwen

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stiky