Cantante, compositora, poeta, editora, dramaturga, periodista, etcétera… Por Jorge A. Derra.
Hay una canción que nos cantaron nuestros padres y nosotros cantamos a nuestros hijos. Una canción que habla de una tortuga que se fue a París, porque se enamoró, y que regresó vieja como se marchó, a buscar a su tortugo. Una canción que dicen que es para chicos, pero es mentira.
Nada de lo que escribía María Elena era para chicos. No al menos para los niños como los ve hoy la alienada sociedad de consumo. Las canciones de María Elena no eran para ese ejército de enanos idiotas que consumen barbies, Mac Donald’s o ametralladoras intergalácticas que destruyen el cráneo y arrancan los ojos. Las canciones de María Elena Walsh no son para esos zombies que balbucean en castellano neutro como en la tele y calcinan sus neuronas en tecnologías idiotizantes, que solo ejercitan pulgares e índices. Sus canciones son para esos seres inteligentes tiernos y crueles que resisten debajo de esas criaturas mutiladas que deambulan por shoppings e hipermercados.
María Elena era gorila, me sopla al oído un cumpa medio memorioso, medio rencoroso. Sí, es cierto, pero en realidad era un gorila blanco. Era gorila al revés. No con los vulnerables que meten las patas en las fuentes, sino con aquellos que encubiertos en el peronismo, con la complicidad de los viejos gorilas negros, destruyeron lo que al pueblo le costó tanto construir: el proyecto nacional y popular.
El día de su sepelio, el maestro Eduardo Falú dijo que ella no era de izquierda ni de derecha, era una voz a favor del pueblo, una voz valiente que cantó, escribió y habló siempre contra las dictaduras y los dictadores, e hizo mención a aquel legendario artículo “Aventuras en el país Jardín de Infantes”, donde, en plena dictadura, se animó a denunciar con todas sus letras a la censura.
¿Cómo recordarla, si era tantas cosas a la vez? Quienes fuimos jóvenes durante la dictadura y debimos crecer repentinamente acorralados por el horror, llevamos en lo más profundo de nuestro ser sentimientos intrincados. El terror por lo que nos pasaba, el dolor por la suerte de nuestros compañeros, la angustia por nuestro futuro y también la culpa por nuestra sobrevivencia. Si todo eso tuvo algún sentido, estuvo en aquella noche de 1981 cuando la querida Negra Sosa regresa al país después de su exilio y, ante un público conmovido, igual que ella, nos regaló un recital inolvidable.
Ese día, con los brazos sobre los hombros de cualquiera que estuviera a nuestro lado, aunque fuera un perfecto desconocido, cantamos esta canción en medio de la noche. Cantamos al sol como la cigarra, con dolor en el recuerdo, con el corazón partido, la voz rota en llanto y los ojos rojos y húmedos, pero con la alegría de que a la hora del naufragio y la oscuridad alguien nos rescatara. Con la esperanza de la tortuga que vuelve vieja, a buscar su amor.
Coloco este link (http://www.youtube.com/watch?v=FnxfPBIbcek&feature=fvw), con el permiso del señor Director, para que todos, los de izquierda y los de derecha, los unos y los otros, cantemos como la cigarra. ¡Gracias María Elena!
Por Jorge A. Derra
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