Se llama Luis Zilli, nació en Santa Fe y desde hace 40 años vive en Garín. Los fines de semana también suele tocar en la calle Mendoza. “A la gente le gusta, me saluda y deja unos pesitos”, afirma.
Con la caída del sol es habitual escuchar en la plaza San Martín y sus alrededores las agradables melodías de un acordeón a piano. Sentado en un banco de madera, en la esquina de Tapia de Cruz y Asborno, quien lo sostiene sobre sus piernas y lo hace sonar es un hombre de 82 años con una singular historia de vida.
Luis Zilli es jubilado, nació en Santa Fe y desde hace 40 años vive en Garín, aunque elige la plaza principal de Belén de Escobar para expresar su arte. “Allá no hay público, hay una linda plaza, pero acá es ideal: pasa más gente y me hago unos pesitos”, explica.
Su relación con el acordeón comenzó cuando tenía 14 años. “Lo llevo en el alma. Estudié en un pueblo llamado Videla, en Santa Fe. A los 28 años me mudé a José León Suárez y después a Garín”, le cuenta a El Día de Escobar, haciendo un breve repaso de su vida. Además, tiene dos hijas y en 2022 cumplirá sus bodas de oro matrimoniales.
Décadas atrás trabajó en diferentes empresas, pero cuenta que nunca dejó de tocar. En su Santa Fe natal integró dos bandas: Rítmica Bahía y Característica típica Maipo. “Nos contrataban para presentarnos en bailes y shows musicales. Éramos 7, 8 músicos, cada uno tocaba algo distinto y nos iba muy bien”.
“Saber tocar el acordeón es bastante difícil, como cualquier instrumento. Te tiene que gustar y tenés que dedicarle mucho tiempo. Yo estudié siete años para ser profesor y en Santa Fe daba clases, después ya no. Me han hablado muchas veces para que le enseñe a chicos y grandes, pero ya no estoy para renegar”, admite.
Sus presentaciones en la plaza San Martín comenzaron en 2019, después lo frenó la pandemia y regresó a fin del año pasado. Además de tocar, Luis se anima y canta. Puede ser un tango, un paso doble o una melódica, de acuerdo a la pieza que haya tenido ganas de interpretar ese día.
La gente pasa y lo mira, algunos lo ignoran y siguen su camino, pero muchos se detienen a escucharlo y a dejarle una colaboración en el maletín del instrumento, que deja abierto sobre el piso.
También lleva su repertorio a locales gastronómicos de la zona, algo que debió dejar temporalmente. Los sábados a la noche va a Ingeniero Maschwitz y desenfunda su acordeón en la calle Mendoza. “Toco en la calle o entro a algún restaurante, siempre toco música de antes, no moderna”, comenta.
En la plaza de Escobar está jueves y viernes -a veces también los miércoles-, generalmente en el horario de 17.30 a 20. “A la gente le gusta, viene, me saluda y deja unos pesitos”, confiesa, feliz, por su buen presente y demostrando que la edad no es impedimento para hacer lo que le gusta.
Por Javier Rubinstein
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