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Foco. En la historia, su autora pone en cuestión las consecuencias del consumo irresponsable de drogas.
Debutante en el género, la docente y escritora local presenta la historia de una incipiente autora y sus vaivenes con personajes tan tóxicos como pintorescos del ámbito editorial.
“Una novela vertiginosa”. Así de simple y concisa es la descripción de El monstruo porteño, una novela en la que la escobarense Florencia Lavini revela que el mundo editorial puede ser un ámbito casi tan venenoso como ambicioso.
La historia transcurre en la ciudad de Buenos Aires y comienza cuando Martina decide editar su primera novela en una editorial de renombre. Rechazada, busca lanzarla por sus propios medios y acude a un editor (Guillermo Demarco) con una fuerte adicción a la cocaína y comportamientos acordes a sus estados de humor.
En la constante búsqueda de la protagonista se complementan variados personajes que aportan sus propias incertidumbres. Uno es Flavio, un gran escritor cuya genialidad es enfermiza, en especial si la mezcla con pastillas; y otro es Eduardo, un dealer con increíble capacidad de cambiar su vocabulario según las circunstancias y relucir su viveza de porteño buscador de dinero constante.
Publicada por la editorial Maxbrod, de Loma Verde, la novela está dividida en cinco partes y se caracteriza por su fluidez. Diálogos callejeros con dosis de humor, lunfardo y neologismos invocados por personajes cuyas mentalidades reflejan adaptación y ese toque de desconfianza típico del argentino.
Así, los chantas, tranzas y turbios conviven con los cultos, profesionales y lectores compartiendo algo en común. Lavini pone en tela de juicio la banalidad de la droga como algo divertido haciendo foco en el silencio, el miedo y la negligencia de las malas acciones.
El monstruo porteño es el segundo libro de la autora, docente de inglés nacida en Belén de Escobar, quien antes publicó una edición con trece cuentos minimalistas y ahora está trabajando en otro proyecto literario.
La novela se puede conseguir en las librerías de Escobar y Garín.
