Entre Tapia de Cruz y Spadaccini, la calle Rivadavia cambia de fisonomía al atardecer. Un atronador sonido de pájaros que parecen aullar de la manera en que las aves lo harían si fueran lobos toma el cielo. Son centenares de tordos que llegan a anidar antes de que caiga el sol. Se reúnen todos a la misma hora y generan un barullo digno de conventillo. Se agrupan y salen a volar haciendo alarde de su presencia con grandes acrobacias aéreas, y en medio de sus piruetas provocan sobre el asfalto y las veredas un enchastre digno de chiquero.
La gente que pasa sabe que eso ocurre desde hace años pero, igual, no deja de sorprenderse. Ignorar a esos tordos es imposible. Parece una escena de Los Pájaros, aquella vieja película de Alfred Hitchcock donde bandadas y bandadas de aves aterrorizaban a la población. Quien quiera hacer una compra en alguno de los tantos negocios que hay allí deberá prepararse para no ser alcanzado por los excrementos de esos pájaros.
Para los comerciantes llega la hora del horror, que se prolonga hasta la mañana siguiente, cuando tienen que limpiar. “El olor es nauseabundo. Una vez intenté barrer todo lo que queda en la vereda y me di cuenta que es algo que no puedo hacer. Ahora lo hace mi cuñado, pero no barre, tira agua con desinfectante y no queda otra que tirar el excremento hacia el asfalto y después hacia la esquina. Eso hacemos todos los comerciantes y lo vamos tirando hacia la cuadra siguiente donde, por supuesto, también se quejan los comerciantes de la otra cuadra. Pero por algún lado hay que sacarlo”, explica a El Día de Escobar Gabriela Pisani, que trabaja en uno de los tantos locales afectados por la situación.
La gente entra a los negocios a refugiarse trayendo la suciedad en la suela de sus zapatos y depositándolo en las tiendas de ropa, verdulerías, supermercados y demás. Los comerciantes viven con el trapo y el secador en la mano, pasando lavandina en sus pisos cada vez que un cliente o un “refugiado” sale de su local. Es que las aves transmiten muchas enfermedades, no es solo la suciedad y el olor.
Los dueños de la casa de deportes de Rivadavia al 500 han intentado todas las estrategias posibles para espantar a los tordos: “Pusimos una alarma con ultrasonido que supuestamente los ahuyentaba, pero no pasó nada. Después intentamos con unos petardos especiales, tampoco funcionaron. Ahora estamos con unos reflectores que hace que no estén sólo dónde les llegan las luces bien fuertes, pero ensucian igual”, señala Gabriela Fernández, hija del propietario del comercio.
Según los vecinos “cada año hay más cantidad”. Ellos sugieren que una solución sería podar los centenarios plátanos de la vereda; que investiguen para saber qué pasa con los pájaros y por qué les gusta ese lugar.
Para eso los comerciantes confeccionaron un reclamo dirigido al intendente Sandro Guzmán donde le explican que las veredas y la calle están asquerosamente intransitables. En estos momentos están juntando firmas entre la gente, por lo que cualquiera puede pedir la planilla en alguno de los comercios y firmar.
Encima, aguas servidas
Además, según Pisani, a esto se le suma el estancamiento de las aguas servidas que provienen de los baños de la estación de trenes y la terminal de colectivos y se junta con lo de los pájaros en la acera.
“Desde 2007 se habla de un proyecto para entubar los sumideros hasta El Tajamar. Sé que el intendente estaba enterado de esto desde antes de asumir. El proyecto del cual hablamos salió de su entorno, así que sabe y está bien enterado de lo que hay que hacer. Pero es fundamental que trabajemos todos juntos para lograr algo. En la última reunión que hicimos en la Cámara de Comercio para hablar sobre el tema fuimos nada más que tres comerciantes”, se quejó.
La naturaleza suele superar el poder del ser humano. Ganarle no es fácil. La solución habría que encontrarla, quizás, en el final de la película de Hitchcock: los humanos terminan huyendo de los pájaros. El tema de las aguas servidas es más terrenal y, por lo tanto, más manejable.
Por Florencia Alvarez