Los días previos a las elecciones del domingo 23, el mundo y el país se vieron sacudidos por la muerte de Kadafi. La noticia y, más aún, las imágenes de la muerte, impactaron en la sociedad mundial. El video de un hombre desarmado, pidiendo clemencia, asesinado a balazos y palazos nos pone frente a la circunstancia de la tragedia.
El muerto es un hombre que por más de 40 años ejerció el poder, fue bueno y malo de acuerdo a conveniencias del imperio, hasta que en determinado momento se decidió que debía desaparecer. Entonces, los amos del universo decretaron su final como hicieron tantas veces.
Los rebeldes, un grupo de libios bajo el mando de la OTAN, empezaron la tarea: los bombardeos y sus efectos colaterales sembraron terror, desolación y muerte en Libia, hasta que llegó el día del linchamiento.
El cadáver masacrado de Kadafi es la repetición inacabable de otros muertos: el Che, Lumumba, Obispo Romero, Salvador Allende, Sadam y Bin Laden.
Después de cada una de esas muertes, el imperio y sus lacayos de turno en cada país dijeron que el que venía era un mundo mejor. Pero… ¿qué mundo mejor pueden construir en Libia los criminales llenos de sadismo que mataron a tiros y garrotazos a Kadaffi?
¿Que mejoría puede esperar el pueblo de Libia? ¿La mejoría de Irak?, ¿la de Latinoamérica durante las dictaduras?
La muerte de Kadaffi no califica al supuesto dictador libio sino a sus asesinos. Nada es nuevo, esto pasó ya en Bosnia, en Kosovo, en la Rusia post comunista y en tantos otros lugares del mundo.
El pueblo de Libia ha vivido 40 años de dictadura, es probable. Lo que viene no presagia ser mejor.
Simultáneamente, en la Argentina, este país que vive aislado del mundo a decir de ciertos grupos de poder; en este país donde no existe la concordia, donde predominan los excesos y el Poder Ejecutivo avasalla los derechos de los ciudadanos, según la impresentable oposición política; en este país, mi país, acaba de concretarse un hecho histórico, después de 35 años de impunidad.
Un grupo de criminales, quizás los más aberrantes, cobardes y sádicos genocidas, de todos los genocidas que asolaron la sociedad, ha sido condenado en un juicio que duró dos años, tuvo 250 testigos, se respetaron todos los derechos de los imputados, aún a sabiendas de que ni Astiz, ni “El Tigre” Acosta, ni Riveros ni ninguno de los condenados fue menos criminal que Kadaffi. A pesar de ello, los eternos veneradores del centralismo de Europa y los Estados Unidos los siguen viendo como los grandes espíritus elevados de la sociedad mundial, de los cuales Argentina no debería aislarse.
Sin embargo, entre el asesinato sin juicio perpretado por la OTAN y sus aliados rebeldes y el juicio ejemplar en la causa Esma, hay una distancia donde cabe muy cómoda la dignidad humana.