A causa de una descompensación que lo mantuvo en terapia intensiva durante cuatro días, falleció este miércoles Alejandro Rafful, un vecino que a través de los años logró granjearse un especial aprecio de la comunidad escobarense desde su actividad comercial al frente de la célebre librería “Dodito”.
Blas Sabas Alejandro Rafful, de 82 años, había sido internado en el sanatorio San Carlos de Maquinista Savio el lunes 25 de julio tras sufrir una caída en la vía pública que le produjo la rotura de su cadera. Pese a ello se encontraba en buenas condiciones generales y esperaba una inminente operación, pero el domingo 31 experimentó una imprevista y múltiple descompensación por la que debió ser trasladado a la unidad de cuidados intensivos, donde falleció cuatro días después.
Su familia decidió no realizar el velatorio y el jueves 4 a la mañana inhumó sus restos en el cementerio municipal de Belén de Escobar.
El entrañable “Dodito”, como todos lo llamaban, era descendiente de sirio-libaneses, tenía dos hijos -Marcelo y Graciela-, 2 nietos y 13 bisnietos. Había llegado a la ciudad en 1981, proveniente de un pequeño pueblo de Lincoln llamado Coronel Martínez de Hoz. Tiempo atrás, en una entrevista, recordaba su desembarco en la capital nacional de la Flor: “Estaba cansado de Buenos Aires, del ruido, de la oficina. Hasta que un domingo fui a Zárate, el otro a Campaña y después vine acá. Era una belleza, me hacía recordar un poco a mi pueblo y me encariñé”.
Hasta entonces llevaba quince años como vendedor de libros a domicilio, por los cuales decía sentir “locura”. Antes había sido empleado de la Secretaría de Industria y Comercio de la Nación y de una casa dedicada a la importación de cristales.
Sobre la calle Rivadavia y con un stock inicial de 170 títulos, comenzó a recorrer su propio camino. La librería tuvo buenos momentos que le permitieron contar con otro local sobre Tapia de Cruz, que luego trasladó a la calle Colón. En este último pudo dar rienda suelta a distintas iniciativas que iban mucho más allá de cualquier interés lucrativo, como organizar jornadas de microcine, danzas y teatro infantil para escuelas públicas.
Durante un tiempo también se dedicó a la política: perteneció a una camada de referentes radicales caracterizados por su valía moral y apego a los ideales partidarios, que poco a poco fueron desplazados por dirigentes de otras cualidades.
Su personalidad afable, cálida y sincera le hizo ganar numerosas amistades y una reputada ponderación en la sociedad, que hoy se ve entristecida con la noticia de su deceso.
Alejandro Rafful, en su librería "Dodito", hace unos años.
A causa de una descompensación que lo mantuvo en terapia intensiva durante cuatro días, falleció este miércoles Alejandro Rafful, un vecino que a través de los años logró granjearse un especial aprecio de la comunidad escobarense desde su actividad comercial al frente de la célebre librería “Dodito”.
Blas Sabas Alejandro Rafful, de 82 años, había sido internado en el sanatorio San Carlos de Maquinista Savio el lunes 25 de julio tras sufrir una caída en la vía pública que le produjo la rotura de su cadera. Pese a ello se encontraba en buenas condiciones generales y esperaba una inminente operación, pero el domingo 31 experimentó una imprevista y múltiple descompensación por la que debió ser trasladado a la unidad de cuidados intensivos, donde falleció cuatro días después.
Su familia decidió no realizar el velatorio y el jueves 4 a la mañana inhumó sus restos en el cementerio municipal de Belén de Escobar.
El entrañable “Dodito”, como todos lo llamaban, era descendiente de sirio-libaneses, tenía dos hijos -Marcelo y Graciela-, 2 nietos y 3 bisnietos. Había llegado a la ciudad en 1981, proveniente de un pequeño pueblo de Lincoln llamado Coronel Martínez de Hoz. Tiempo atrás, en una entrevista, recordaba su desembarco en la capital nacional de la Flor: “Estaba cansado de Buenos Aires, del ruido, de la oficina. Hasta que un domingo fui a Zárate, el otro a Campana y después vine acá. Era una belleza, me hacía recordar un poco a mi pueblo y me encariñé”.
Hasta entonces llevaba quince años como vendedor de libros a domicilio, por los cuales decía sentir “locura”. Antes había sido empleado de la Secretaría de Industria y Comercio de la Nación y de una casa dedicada a la importación de cristales.
Sobre la calle Rivadavia y con un stock inicial de 170 títulos, comenzó a recorrer su propio camino. La librería tuvo buenos momentos que le permitieron contar con otro local sobre la calle Colón, que luego trasladó a la avenida Tapia de Cruz. En el primero pudo dar rienda suelta a distintas iniciativas que iban mucho más allá de cualquier interés lucrativo, como organizar jornadas de microcine, danzas y teatro infantil para escuelas públicas.
Durante un tiempo también se dedicó a la política: perteneció a una camada de referentes radicales caracterizados por su valía moral y apego a los ideales partidarios, que poco a poco fueron desplazados por dirigentes de otras cualidades.
Su personalidad afable, cálida y sincera le hizo ganar numerosas amistades y una reputada ponderación en la sociedad, que hoy se ve entristecida con la noticia de su deceso.