Ha pasado con más gloria que pena la celebracion del Bicentenario. Ahora parece desatarse una disputa para apropiarse de la fiesta por parte de unos o impedir esa apropiación por parte de otros.
Como siempre, corresponde que reflexionemos antes de aventurarnos en discursos que no se pueden sostener en el tiempo con las conductas que se siguen. Como casi siempre, son muy pocos los que están dispuestos a esa reflexión.
En primer lugar es necesaria una evaluación, que indefectiblemente ha de ser subjetiva sobre estos festejos y más alla de ellos mismos de la carga simbólica que representaron.
Esencialmente, hay tres puntos que considero definitorios de toda la carga simbólica de estos festejos.
Llegan los invisibles
Sucedió fuera del marco temporal de los actos oficiales. Fue el jueves 20, cuando arribaron a la Plaza de Mayo los representantes de los pueblos originarios, expresando por sobre todas las cosas su indeclinable derecho de pertenencia a este ser de la patria, que históricamente se les ha negado.
El ocultamiento del componente originario en el sujeto “argentino” es una indignidad que ofende nuestra condicion de tales.
Desde los sectores dominantes es innegable la vocación por el eurocentrismo. Una Nación que se ha construido de espaldas a Latinoamérica, salvo honrosas excepciones, privilegiando una situación de dependencia política, cultural y económica con el viejo continente, lejos de mirar alrededor en busca de la conformación de bloques regionales con nuestros iguales de la América oscura.
Desde el progresismo, sobre todo desde los sectores de la izquierda del peronismo, la enunciación de una inexistente “mixtura resultante” que no resiste el menor análisis y que se cae como un castillo de naipes, apenas puestos a responder algunas preguntas básicas que tendrían que argumentar las bases de esa comunión de razas a todas vistas inexistente.
¿Qué idioma hablamos? ¿Qué religion tenemos? ¿Qué economía aplicamos?, serían esas tres preguntas. Se prodrían hacer otras muchas, pero solo responder estas nos lleva rápidamente a la conclusión de que no hubo tal mixtura, que no existió tal comunion sino un sometimiento brutal inhumano que llevó al borde del exterminio a los originarios, antiguos posedores de estas tierras. Se aniquilaron pueblos, se destruyeron naciones al punto de negarlas al día de hoy, se arrasó con culturas milenarias en nombre de una superioridad difícil de probar más alla de lo militar.
El discurso y el contenido
Resultó auspicioso el programa de este festejo, que quedó reflejado en un párrafo del discurso de la Presidenta.
En efecto, las figuras elegidas como emblemáticas para este Bicentenario parecen indicar al menos una intencion de recorrer un camino diferente al de los docientos años pasados.
Nombrar a Tupac, a Bolívar, a Artigas, a Moreno, a Belgrano, al Che, se condice con las palabras de Cristina Kirchner, rodeada de los presidentes Latinoamericanos, cuando -palabras más o menos- dijo: “En el centenario mirábamos a Europa, invitamos a una representante de la monarquía (la Infanta Isabel), hoy, con todo el respeto por España, nos apoyamos en las figuras de nuestra America, que con sus ideales nos marcan el camino de la lucha por la libertad”. No es poco como símbolo.
La calle
Es el tercer componente, es el contexto que ponderó positivamente la ceremonia. Sin este marco no hubiera sido lo mismo. Millones de personas en la calle durante cinco días, sin que se registre ningún inconveniente, ningún acto de violencia, ni siquiera un accidente de notoriedad, todo eso en una sociedad en la que cotidianamente no se puede organizar un partido de fútbol sin poner más policías que hinchas y sin saber a qué hora se pone el sol.
Esta circunstancia también debe tenerse en cuenta a la hora de evaluar y de registrar el mensaje de la sociedad, porque si bien es cierto que la abrumadora mayoria de la presencia en la calle respondía a la convocatoria del gobierno, también hubo otras expresiones que estuvieron presentes. Por ejemplo, los actos en Plaza Lorea y el acampe frente al Congreso que respondían a lineamientos de sectores de izquierda enfrentados al kirchnerismo.
Entender qué empujó al pueblo a las calles en estos cincos días será tarea de sociólogos y entendidos. Es probable que no haya una motivación única para la multitud de personas convocadas, pero el fervor, el respeto y la convivencia es un dato que nadie puede soslayar.
El gobierno, en primer lugar, se ha demostrado que tiene una amplia capacidad de acción cuando se fija metas claras, inspiradas en sus propios principios, más que cuando actúa condicionado por la necesidad de confrontar con enemigos que muchas veces él mismo se inventa.
Como se dice al principio, se ha instalado una puja por apropiarse de los réditos de los festejos o no. Sería un error de ambas partes.
El gobierno sabe que salió airoso con este Bicentenario, pero no debe cometer el error de pretender hacer de esto un elemento de campaña. Debe mantener su más grande logro en este asunto: haber conseguido que el pueblo tome como suya la fiesta y que la siga considerando así, que siga siendo feliz cada vez que recuerde estos días y no que en algún momento lo ensombrezca la sensación de haber sido usado.
La oposicion tiene que tomar esto como una bisagra, una vuelta de hoja para empezar a delinear un proyecto político serio que entusiasme a los argentinos. Debe reconocer lo sucedido.
Si algo hubiera salido mal, si cualquier incidente, aunque sea menor, hubiera empañado la fiesta, sus manos inmediatamente se hubieran alzado acusando al gobierno y pidiendo la cabeza de los responsables de la organización. Nada ha sucedido, la organización ha sido perfecta, o casi. No estaría mal felicitar a los organizadores.
Por último, también tendría que replantearse algunas cosas. Reconocer un error inmenso cometido después del 28 de junio de 2009, cuando con los resultados a la vista se propuso desalojar antes de tiempo a la Presidenta de la Casa Rosada, aunque nunca lo reconozcan.
Hoy esa estrategia ha fracasado. Sería bueno que aprovechen el tiempo que queda hasta las elecciones de 2011 para mostrar una alternativa democrática, superadora de la actual, que convenza a los argentinos. Si la tuvieran, claro. Sobre todo sabiendo que es mucho más fácil juntarse para conspirar que para construir.
El gobierno sabe que ha tenido un balance favorable como resultado de una apuesta comprometida, que lo obligó a actuar con decisión, sin la figura del piloto automático. Sabe que, más alla de todo, el Bicentanario demostró que el humor del pueblo argentino no le es tan adverso como se pretendía desde la oposición política y mediática. Ahora espera que, desde la lejana Sudáfrica, el Inefable Diego y sus muchachos le den otra mano, permitiéndole a la Presidenta pararse el 13 de julio frente a una plaza colmada desde el balcón de la Rosada, rodeada de los campeones del mundo.
¡Que así sea!
Por Jorge A. Derra / Militante social y ex concejal Frepaso